“Lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar”. Proverbio chino.

NO PODEMOS RESOLVER PROBLEMAS PENSANDO COMO CUANDO LOS CREAMOS. Albert Einstein

“Si a alguien le indigna más ver un contenedor ardiendo que una persona comiendo de él, tiene que revisar sus valores”

Sobre los poderes de siempre y los emergentes: "“No nos parece mal que nos muerda un lobo, pero a todo el mundo le saca de quicio que le muerda una oveja". Ulises de Joyce, Cap. 16




viernes, 25 de abril de 2014

El miedo abre caminos. Relato bremenauta


El miedo abre caminos




Después de la comida, me dejaron que me fuera por ahí a condición de que me llevara el perro. Los mayores seguían siendo gente de otra especie, inexplicables. Que lo que más quería hacer fuera una condición afianzaba esa separación absoluta que había entre ellos y yo. Era como si habláramos dos lenguas distintas, referidas cada una a mundos diferentes.
Esto lo puedo decir ahora, que han pasado tantos años que soy mayor y la infancia es una cápsula épica que recorre el cerebro sin dejarse penetrar. Aquello sucedió entre mis 7 y mis 11 años. Mi madrina tenía un valle entre dos montañas altas. Comenzaba al salir de un pueblo y terminaba donde las montañas se juntaban al fondo, con la forma de un imán.. La casa, la única que había entonces, estaba a unos dos tercios del pueblo. Más arriba, aproximadamente a kilómetro y medio, estaba el corral de ovejas, que pastoreaba Juan. Tendría 16 años cuando yo tenía siete, por lo que era uno de los “otros”, un gigante viejo.  Por la tarde, regresaba de pastorearlas, las metía en el corral y las ordeñaba. Después volvía a la casa, pues era el hijo único de Zósimo, el mediero que cuidaba las tierras a cambio de la mitad de todo lo que produjeran.
Esa tarde, como de costumbre, el perro y yo corrimos hacia arriba por el camino del corral y al poco giramos a la derecha, donde estaba la parte más desigual del terreno. Al perro le gustaba lo mismo que a mí. Era como un niño, mi único compañero de juegos. A veces olía algo y salía disparado, pero a unos 50 metros se paraba y volvía conmigo. Cansado de correr, me tumbaba en el suelo, al sol, y él se echaba y ponía la cabeza sobre mi pecho. Le pasaba un brazo por el cuello y nos quedábamos dormidos. Si olía o escuchaba algo, se levantaba y salía como un tiro, pero volvía enseguida y ocupaba la misma posición. Yo necesitaba esas siestas porque por la noche dormía poco por causa del miedo. Los dos disfrutábamos de la libertad. El mundo era nuestro.
Cuando el sol empezó a bajar escuchamos los ladridos de los perros del pastor. Se puso en tensión, mirando hacia allí, y le hice una señal con la cabeza para que fuera a ver a sus amigos. En nada de tiempo oí los ladridos alegres del encuentro y poco después regresó sediento de las dos carreras. Volvimos a la casa; él bebió agua y a mí me fregotearon y me cambiaron de ropa para la cena.

La puerta al exterior seguía abierta hasta que cerraba la noche y empezaba a hacer frío, aunque fuese casi verano. En la planta baja, que me producía una sensación de enormidad, a un lado había una chimenea ancha y profunda donde se cocinaba, una mesa muy larga al otro extremo, con manteles de hule. Después de haber cenado, por turnos, se cerraba la puerta y nos sentábamos en semicírculo. Los mayores contaban historias de miedo. Muchas de ellas del Garrampón, que era el fantasma del valle.
La noche me producía una agonía dulce, un nerviosismo que apreciaba por la intensidad de las sensaciones. Me estremecía con las historias sobre el Garrampón, del que nadie conocía la forma exacta porque era muy veloz en sus ataques: pues anoche estuvo por aquí, contaba alguien, porque una oveja que se había perdido apareció muerta por la mañana; le habían mordido el cuello y le habían bebido la sangre. Frases así me producían un miedo agradable, la sensación de un mal que te acecha pone todo tu cuerpo en un estado de alerta eufórica.
En algún momento, las señoras  mayores empezaban a subir a sus habitaciones, con una vela encendida. Todas las habitaciones estaban en la primera planta y en la casa no había electricidad. Si estaba mi madre, subía cuando lo hacía ella; si no, cuando me lo decía la madrina. Me encendían una vela y subía hasta mi habitación. Alguien, previsor, había dejado dos velas nuevas y una cajita de mixtos en mi mesilla de noche.
Mi habitación era la biblioteca, con una cama turca pequeña que se adecuaba a mi tamaño. Por tres de los lados, la librería amontonaba libros, pero en la repisa superior se asentaba todo tipo de aves y pájaros disecados, cazados en el valle. Un águila pequeña, con las alas extendidas, ocupaba casi todo el lateral derecho, acompañada de búhos y lechuzas. En los otros dos laterales, aves más pequeños y muchos pájaros sujetados en ramas secas. No se debe mirar a los ojos de las aves disecadas, contienen y transmiten maldad. A veces lo hacía durante el día, pero me arrepentía por la noche, a la luz de una vela, porque el recuerdo me obligaba a volver a mirarlos.
Sentía un terror sin recompensa, a diferencia de la emoción que me producía oír historias de fantasmas rodeado por los demás, a la luz viva de la chimenea. Sabía cuántos habían quedado abajo, hasta me llegaban sus voces, lo que me producía un sentimiento de compañía. Pero poco a poco iban subiendo y a poco de hacerlo el último los imaginaba a todos dormidos. Si las aves y los pájaros me atacaran, nadie llegaría a tiempo de salvarme.
La madrina me había señalado una pequeña estantería, que era la de sus hijos, ya mayores. Tenía tomos encuadernados de tebeos tan antiguos que ya no se vendían en los quioscos. En varios viajes, a lo largo de unos dos años, ya me los había leído varias veces, porque amortiguaban el miedo, pero no del todo: constantemente notaba que algo se había movido y miraba por encima del tomo. Una noche me fijé en la segunda y tercera repisa, con libros para jóvenes, una colección de clásicos encuadernados con dibujos de oro y una estampa pegada en el centro de la portada. En el interior, tenían muchas estampas de colores, pegadas.
Empecé por el lado izquierdo, con La Ilíada y luego fui leyendo decenas de ellos. Lo que contaban me interesaba tanto que dejé de mirar el movimiento de las aves por encima del libro. Seguía durmiéndome al amanecer, o un poco antes, pero lo hacía por lo que me gustaban las historias de los libros, no por miedo. Este desapareció de mi vida para siempre; si alguna vez tenía esa sensación, por otros motivos, la curiosidad enfermiza por las historias escritas lo hacía desaparecer.

Antes de cumplir los 12 años, dejamos de ir al valle. No me preocupé el motivo, porque no me interesaban las razones por las que los mayores hacían o dejaban de hacer las cosas. Bastante tenía con buscar libros en una época en la que no era fácil encontrarlos.

sábado, 12 de abril de 2014

Cristalera a la plaza soleada. Relato bremenauta

Hay horas tranquilas en la jornada. Apoyada en la barra, veo la plaza y a las gentes del barrio, que caminan rápido por la acera ancha y circular, o pasean por la plaza. Ahora podría salir a fumar un cigarrillo, apoyada en la pared de cara al sol, pero estoy viendo a la vieja Marisa con su perrilla, desaseadas las dos. Me da pena, porque cuando empecé a trabajar aquí, en este bar de barrio, la vieja iba arreglada y venía dos veces al día; a desayunar y a merendar. Después, solo a merendar. Y más tarde, dejó de venir. La veía pasear a la perrilla por la plaza, cada vez más desaseada ella; la perrilla, más sucia, envejeciendo mucho más rápido que su ama. Ahora ya ni se agacha a recoger las cacas, ella que siempre fue tan ordenada y cívica; y limpia, que con el plastiquito verde le aseaba el culito a la perrilla. Marisa se mueve lentamente, con esfuerzo, produciendo en los que la vemos una sensación de descoordinación. Pasó por una época en la que todavía lo intentaba, pero cada vez le era más difícil acercarse al suelo. Qué miedo me daba. Hasta rezaba para que dejara de intentarlo, yo que nunca he rezado. Ahora imagino que también a ella se le escapará un poco de caquita en la casa; que ésta olerá a caquitas de mujer vieja y perrilla viejísima. La perrilla me da repugnancia; Marisa me da pena. ¿Qué le habrá pasado? ¿Tendría unos ahorrillos con los que completaba la pensión? Se terminaron. Los dos únicos lujos que se podía permitir en esta vida, un descafeinado con leche y una tostada con mucha mermelada y mantequilla, ya no están a su alcance. Es una mujer vieja, sin recursos. Está sola.

Una mujer vieja, sola y pobre es casi lo peor que se puede ser en el mundo.

Ahora que han desaparecido, salgo a fumar el cigarrillo y me digo que yo también soy una mujer sola, con pocos recursos. Solo me falta ser vieja. Trabajo de 8 a 8 todos los días, de lunes a sábado, por 750 euros al mes. Ahorro, porque en el suelo está el desayuno y la comida. Por mi cuenta, añadí la cena, diciendo que tomaba de lo que sobraba, pero Manolo, aunque no se opuso, me la hace pagar con más trabajo. Todos los días, cuando le digo que he terminado y voy a cenar algo, me dice que primero acabe esto o aquello, media hora más. Eso sí, me lo pide “por favor”, la única vez en todo el día que me lo pide así en lugar de gruñir las órdenes. De la hipoteca del pisito pago 350 al mes, más luz, teléfono. No queda mucho para ahorrar.
Y eso que procuro forzar las propinas. Tengo unos ojos bonitos y buenas tetas. Manolo me dice siempre que me abra otro botón de la camisa, que eso “anima” a los clientes, pero solo lo hago cuando por la tarde hay hombres bebiendo. Siempre dejan las moneditas sobrantes; a veces un euro. Es lo que uso para comprar ropa; barata, eso sí, pero es lo único que me hace ilusión. Ropa nueva y artículos de embellecimiento.
Además de unas buenas tetas, tengo unas piernas algo gordas, que los hombres también miran con deseo. A mí me gustaría que fueran delgadas, como las de las chicas de la tele, pero es lo que hay en las chicas campesinas de los países eslavos. Allí, te querían follar y casarse contigo, para volver a medianoche, borrachos, y que te levantaras de la cama a cocinar algo. Aquí te quieren follar, después de haberte invitado a cenar en un restaurante que no es mucho mejor que el Bar Manolo. Pero es mejor que ver la televisión un sábado por la noche, sola.
 Estar de pie en la barra, o trajinando en la cocina, me estropea la circulación de las piernas, me duelen mucho. Antes tomaba un ibuprofeno a media tarde, pero ahora tomo otro por la mañana. Si sigo con este trabajo, y no sé que otra cosa pueda hacer, terminaré tomándolos de dos en dos. Qué miedo me da perder el trabajo, que Manolo, aunque más joven que yo, cierre. Por lo que me cuentan otras amigas, que también son camareras, ahora te pagan menos y una parte en sobre, así que la pensión será de miseria.
Me acabará pasando como a Marisa. Es el miedo a la vejez de una mujer sola. Pero no tendré perrilla, porque me dan asco. Aunque quién sabe, la soledad es tan mala si va unida a la pobreza.

Recordaré con nostalgia la plaza soleada vista por el cristal.



domingo, 30 de marzo de 2014

Gracias, Archival Dickson, Capitán del Stanbrook: te nombro Héroe de la Humanidad (Recuerdos que quizá ni siquiera conocéis, I)

Capítán Archival Dickson, Héroe de la Humanidad por salvar la vida de 3.028 republicanos 

[Casi todos los datos, a veces párrafos enteros, están sacados del artículo de Alejandro Torrús dado a conocer en la sección Memoria Pública del diario Público]

El Gobierno de Su Majestad Británica había pactado con el General Franco la huida de republicanos desde puertos españoles. Pero a última hora, Franco decidió, y los ingleses, tan finos, aceptaron, que solo salieran los que él decidiera. A los demás, los quería a todos.


En el Puerto de Alicante, sin comida y casi sin agua, se angustiaban más de 20.000 personas que sabían lo que les iba a suceder si no se iban.

El 28 de marzo se cumplieron 75 años de la singladura heroica de este barco

El Stanbrook era un viejo carguero inglés comandado por el capitán Archival Dickson, que desobedeció las órdenes de sus superiores y decidió subir a bordo a 3.028 personas, entre ellos 147 niños. Zarpó y llevó su carga a Orán en 22 horas.

Más de 14.000 quedaron atrapados en el puerto. “El escritor Eduardo de Guzmán, que quedó en el puerto, describiría en su cuaderno las escenas que se sucedieron en e ese mismo lugar, en las agónicas horas de espera de un barco que nunca llegó. "Continúan los suicidios. En la parte exterior del muelle dos cadáveres flotan junto al rompeolas. Un individuo pasea por el muelle con aparente tranquilidad y se pega un tiro en la cabeza. Otro muchacho se pega un tiro y la bala, después de atravesar su cuerpo, hiere mortalmente a un viejo de pelo blanco. Dos días más y el fascismo no tendrá nada que hacer porque nos habremos matado todos".”

Luego fue la caza. La provincia de Alicante tendría el triste honor de reunir en sus tierras alguno de los campos de concentración más sanguinarios y represivos, como es el caso de Molino de Batán, Portacoeli, Benalúa, San Fernando, Santa Bárbara, la plaza de toros de Alicante y, sobre todo, los campos de Los Almendros y Albatera. Pero casi todos los del puerto fueron conducidos en principio al de Los Almendros. Menos los 3.028 a los que salvó el capitán, poniendo su humanidad por encima de las órdenes recibidas.

De cómo fue la vida en aquel campo de concentración, puede dar una idea una anécdota. En el campo de los Almendros llegaron a estar recluidos hasta 30.000 condenados. José Eduardo Almudéver, de 93 años de edad, recuerda para Público su primera experiencia en el campo de Los Almendros: "El primer domingo vino a visitarnos el falangista Ernesto Giménez Caballero. Se subió encima de un pequeño banco. Nos miró a todos desde arriba y nos dijo:'Así como estáis todos delante de mí, os podría matar con una ametralladora'".

Otro escritor, Max Aub, preso en ese campo, añade una nota de dignidad en las últimas páginas de su libro El campo de los almendros:

<< Estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides, hijo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, los únicos que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el fascismo, contra los militares, contra los poderosos, por la sola justicia; cada uno a su modo, a su manera, como han podido, sin que les importara su comodidad, su familia, su dinero. Estos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, heridos, soñolientos, medio muertos, esperanzados todavía en escapar, son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso. Pero es lo mejor del mundo. No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides>>.




En este caso, la memoria se mezcla con recuerdos propios. Nací cuando casi habían pasado 10 años de esos acontecimientos. Pero hice míos los recuerdos, escuchando siempre a los mayores mientras parecía que jugaba, o pegándome a la puerta que separaba mi cuarto del comedor, tapándome con una manta, para escuchar las conversaciones de los mayores cuando los niños, mi hermana y yo, nos habíamos acostado.

Así pude saber que mi hermano mayor, entonces Pepito y con seis años, se aferraba a los balcones de la casa familiar en el Raval Roig para ver pasar las columna de presos del puerto que conducían al campo de concentración de Los Almendros. Mi madre lo quitaba de allí y volvía en un minuto. Hasta que mi padre dijo que lo dejara ver la historia. Toda su vida transcurrió como un acercamiento a los vencidos.



jueves, 13 de marzo de 2014

John y Jenny. Relato bremenauta sobre la familia

john y jenny


casi nunca miro pero cuando lo hago a veces veo y a veces no    no hablo ni escucho    estoy dentro ¿de mí? del mundo verdadero, del momento aquél en el que me quedé fijado    tengo a mis hermanos, john y jenny, que vienen por la noche y me duermo cogiéndoles las manos    me tranquilizan, me arropan, me recuerdan cómo era la familia antes de aquello ¿te acuerdas de lo felices que éramos, chiquitín? y me dan datos pero no son mis recuerdos    son datos que para ellos están claros pero para mí siguen siendo borrones de luz o de sombra que me tranquilizan que quieren fijar algo    la voz que más oigo, a la que presto más atención, tiene las vibraciones de una mujer y la veo como una mancha blanca    sé que es buena porque deja entrar a mis hermanos y que me cojan de la mano    hablo con ellos, pero no con la sombra blanca    no me importa que la sombra me oiga porque no creo que me entienda    lo importante es mantener una separación absoluta con el mundo de fuera de mí    ese mundo en el que pasan cosas tan malas como la que nos pasó a nosotros    dentro estoy a salvo estoy a salvo estoy a salvo    mis hermanos me lo han dicho muchas veces por la noche    que en este lado abrigado del mundo y durmiendo con ellos estoy a salvo

cuando me sacan al jardín y me sientan en un banco si el aire que noto es ligero miro a mi alrededor y muchas veces veo    las plantas y los árboles son hermosos y los termino viendo con absoluta claridad    lo que quiere decir que no solo veo sus detalles sino que también los escucho    es lo más agradable que puedo sentir aunque no puedo mirar hacia arriba porque veo una gran luz que me aplasta y me da miedo

pocas veces tengo miedo porque john y jenny me han educado así    somos guerreros fuertes y valientes ¿a que sí pequeñín?    por eso me avergüenzo si siento miedo alguna vez    no me importa por el miedo me importa por lo que pensarán mis hermanos y me dirán por la noche    aunque las noches de los días del miedo me aprietan la mano todavía más fuerte    un gran guerrero tiene miedo algunas veces, pequeñín, pero si se defiende rápido es un gran guerrero

si estoy en el jardín mirando hacia las plantas y los árboles y pasa alguien por delante enseguida empiezo a ver borroso y me quedo sentado sin ver nada    palmeo los muslos con las manos hasta que alguien me lleva al interior    en el interior de la casa no hay nada que me guste así que no importa no ver


seguro que piensan que soy tonto y no sé que john y jenny parecen dos figuras de goma    él es un pistolero y ella un jefe indio    las tenía cogidas cuando pasó aquello y entró alguien y me sacó de las llamas    oí gritar a mis hermanos y sentí que con ese grito se metían en las figuras para acompañarme siempre    me las dejan tener en las manos cuando me acuestan y cuando me sientan delante de la mancha blanca borrosa que sé que es una mujer y que me quiere    me gusta tener una figura apretada en cada mano y notar su calorcito pero no me importa cuando me las quitan porque sé que me acompañan siempre.

domingo, 2 de marzo de 2014

El chándal que apestaba a otros tiempos (taller Bremen)

(Objetivo: unir pasado y presente)


El chándal que apestaba a otros tiempos


Mientras tomo el whisky apaciguador que sabe cómo rellenar con nubes las grietas que ha abierto el día, veo en el espejo de la barra que Joaquín abre la puerta. Casi todos los taburetes están vacíos y una vez que ha cruzado la puerta, y girado para acercarse, pierdo el ángulo de visión. Musito una plegaria a los hielos del vaso, para que se siente lejos; pero el cuerpo, mi cuerpo, es sabio. Los pelillos del antebrazo se ponen de punta en señal de peligro y me dispongo a recibir a mi vecino de toda la vida en el taburete de al lado. Con el chándal mugriento y restallante con el que quiso perder peso en los tiempos de su pequeña gloria. Con el que ha ido engordando hasta que envuelve su cuerpo como una película de plástico. Con el pestazo a sobaquina.
—¿Molesto, Pepe?
—Ya sabes que sí.
—Soy un buen vecino y no te voy a dejar solo mirando el culo del vaso.
—Ponte el mono, Joaquín, aunque ya estés jubilado es la prenda con la que estabas más elegante. Y empieza a pedir botellines, que mientras bebes no hablas.
—Eres un buen amigo, Pepe. Solo los amigos se hacen los duros.
¿Amigos? Nos vemos tender la ropa. En verano, con las ventanas abiertas, me convierte en experto en programas de televisión, aunque no tengo televisor, y sobre todo es el enemigo del que huir en el bar de abajo. Pero huir de él es hacerlo de un bar en el que el whisky con hielo sale a 2,50 euros. ¿Qué loco querría huir de eso? Por suerte, solo se sienta conmigo cuando no hay nadie más. Desde que se jubiló lleva ese chándal que veo muy pocas veces en la cuerda del tendedero. No me parece serio. Él mismo es una caricatura abominable.
Cuando vestía el mono azul y trabajaba de fontanero, era una persona pasable. Vivía bien, como todos los chapuzas, pues era un fontanero con fama de buen profesional y de no clavarte demasiado. Una joya para el entorno. Pero se entusiasmó con Aznar y el milagro económico español; según él, ese hombre estaba haciendo grande España y dentro de poco no habría perros suficientes para atarlos con la abundancia de longanizas. Así que nada más empezar lo que luego se conoció como la burbuja, él ya soñaba con la pequeña empresa que acabaría siendo una multinacional, “Joaquín’s Fontaneros”.
—¿Me lo podrías traducir al inglés, Pepe? Te pago todo lo que bebas en un mes.
—Vete a la mierda, Joaquín, y deja de soñar conque cotizarás en bolsa. Todavía no ganas dinero y ya estás gastando de más. Fíjate bien en la cara de ese enano con bigote, que un día te llevará a la pura mierda.
Con sus cuatro contratados, que llegaron a ser más de veinte, comenzó a colocar tuberías y baños en barrios enteros. Trabajaba barato y usaba materiales de calidad. Un empresario capitalista con conciencia de fontanero de barrio no tiene mucho futuro. Las cosas no funcionaban, pero como él decía, “Tengo mucho trabajo”. Tuvo que contratar a un contable administrativo, que le hiciera todo el papeleo. Cuando el contable vio con quién se la estaba jugando, lo limpió poco a poco hasta que tuvo lo suficiente para desaparecer en Brasil.
¿Por qué tengo que vivir en un barrio así, lleno de caricaturas de cómic? El sueño de un contable fullero era el mismo que el del Dioni. Trincar y largarse a Brasil a buscar culos. Joaquín, tras el trabajo del día, llegaba con su traje y corbata a su oficina, Joaquin’s Fontaneros, pues por suerte no había encontrado a quien pusiera debajo la réplica en inglés. Habría sido la rechifla. El contable le mareaba la perdiz diez minutos hasta que a Joaquín le empezaba a latir una vena, decía que le dejara en la mesa lo que había de firmar, se ponía el chándal y a correr.
—Es que no veas con qué gente me junto, Pepe. Con coches de alucine y un cuerpo como el de Aznar.
—Te vas a morir de un infarto, Joaquín. Y hasta creo que sería lo mejor, para no vivir hasta ver la hostia que te vas a dar. ¿Te crees que cuando salen de la partida de pádel, tus atléticos ricos se meten más de diez botellines, cada uno con su tapita de callos, chorizo, queso, paella sobrante del menú del mediodía y todo lo que haya?
Pero vivió. El cabrón sobrevivió al deporte con tapeo. Y batió el récord de ser la primera empresa de la construcción que quebró en pleno florecimiento de la burbuja inmobiliaria. Dejó de llevar traje, volvió al mono y fue contratado por una empresa que, a cambio de la velocidad en el trabajo, pagaba salarios semanales astronómicos. Cuando pasó de emprendedor inepto a recibir un sobre en negro, y una nómina oficial decente, todo eran ganancias. Más de una vez me pasó por la nariz los billetes de la semanada, diciéndome que eso no lo ganaba yo en un mes. Luego la cosa estalló, fue al paro y luego a la jubilación. Ahora se pudre añorando la época del traje. Lo perdió todo, pero fue feliz.
Habla siempre del pasado y tiene en la sala, que lo veo yo por la ventana, la foto de Aznar. Lo único que permanece como presente continuo es la peste que suelta el chándal por los sobacos.


viernes, 28 de febrero de 2014

Al fin y al cabo, es nuestra casa

He recibido este mensaje de correo. Creo que su importancia es superior a todo lo demás. Al fin y al cabo, es nuestra casa.

ayer estaba leyendo desalentadores artículos científicos sobre el devenir del planeta en equilibrio, hoy me ha llegado estas firmas, creo que es importante:

martes, 4 de febrero de 2014

El cambio geográfico del vórtice polar se vuelve estable (Taller Bremen)

El Sol brilla cada vez menos y ya no transmite calor. Empezó a suceder hace mucho, tan poco a poco, y a intervalos tan irregulares, que nadie se pone de acuerdo en cuándo comenzó todo. Algún día, diferente para cada persona, fuimos comprendiendo que era algo perdido, estable. La energía fue haciéndose más cara y porciones crecientes de la población ya no se la podían permitir para calentar la casa. En poco tiempo, las reservas de gasolina solo se podían usar para mantener una endeble industria. Gente que no se conocía tomó los edificios de muros más anchos y comenzó a arracimarse en una sola habitación para dormir todos juntos y aprovechar el calor desprendido de los cuerpos. Cuando salían a trabajar, si a lo que hacían se le podía llamar trabajo, se ponían varias capas de ropa. Solo iban a los bares-restaurante que estuvieran abarrotados, donde a cambio del certificado del trabajo del día recibían sopa con verduras y tantos destilados caseros como fueran capaces de beber. La gente se había convertido en la principal fuente de calor.
Los que cruzaban la Frontera Climática, donde el problema era el calor asfixiante, no regresaban. Si lo hacían, era para contar que la situación en la zona de calor era invivible. Aunque no era fácil pasar de la zona caliente a la fría, y viceversa, ya que entre ellas había una estrecha franja que se libraba de las condiciones extremas y sus ocupantes no permitían traspasarla. Toda la información se transmitía de boca a oreja y se iba bifurcando en leyendas dispares.
Frank soportaba bien el frío, la escasez, a cambio de la comunicación incesante. Todos hablaban continuamente con todos y a él siempre le habían gustado las historias, sin preocuparle la veracidad, pero lo que estaba percibiendo ahora le inquietaba. Quizás, pensó, se debiera a la intensa comunicación entre las personas; pero temía que fuera algo más siniestro, que por el hecho de dormir tantas personas juntas, apiñadas, en una habitación, estuvieran enlazando los sueños, soñándolos entre varios. Aquello le parecía una monstruosidad difícil de creer. Pensaba que era lógico que en esa vida que llevaban, en la que él, que había sido poeta y vivido de múltiples trabajos menores, ahora trabajaba como campesino en invernaderos cerrados por varias capas de plástico y calentados por generadores que funcionaban con las reservas de petróleo, su mente tenía que haber cambiado; y con ella, la pauta de sus sueños.
En buena lógica, lo que era de esperar eran sueños terribles potenciados por la ingesta de destilados alcohólicos caseros. Sin embargo, la frecuencia de sueños agradables y sueños horribles no se había alterado. Simplemente, tuvo la sensación de que esos sueños no le correspondían, de que su materia procedía de otras mentes con otras experiencias.
Lo habló con Louise, una exingeniera con la que acabó compartiendo el colchón y parte de su vida libre, aunque, como todos, follaba con ella en los servicios del bar restaurante comunal, que no funcionaban para su propósito primero.
—Con tu ayuda, puedo entender todos los fenómenos que nos rodean desde que el cambio del vórtice polar se estabilizó. Pero esto se me escapa.
—Intenta explicarlo mejor, concrétalo con el menor número de palabras posible. Olvida tus rodeos y defínelo.
Frank encendió un cigarrillo de hierba, dio un trago largo al destilado y guardó silencio hasta consumir el cigarrillo:
—La materia y las experiencias de los sueños no me pertenece.
—Hagamos una cosa: me vas a ir contando con detalle todos los sueños, los que has tenido y los que irás teniendo.
Cuando empezó a contarle sus sueños, con todos los detalles que podía recordar, un día, de pronto, Louise se inquietó, diciéndole que ese caballo en esa cerca eran el caballo y la cerca que su familia tenía cuando era pequeña; después apareció su dormitorio de la universidad; y una noche en el coche con su novio. Louise, que no tenía ese control de sus sueños, le propuso que empezara a contarlos en el dormitorio. De vez en cuando, alguien decía que esa casa de ese sueño se parecía muchísimo a una en la que había vivido; que la descripción de esa mujer mayor podría haber servido para su suegra. Fueron tantas las coincidencias que dejó de contar públicamente sus sueños, aunque a los demás les divertía y les producía una ansiedad deseable ir encontrando partes de su propia vida en los sueños de un compañero de dormitorio. Todos terminaron explicando que sus propios sueños contenían paisajes y personas que les eran desconocidos. Pero otros los reconocían como propios.


Louise y Frank hablaron de ello, de que por motivos de supervivencia se habían organizado como un hormiguero o una colmena. El nuevo salto, que también hubieran empezado a compartir los contenidos mentales de los otros, les resultó repugnante. La pauta climática cambiaría en mil años, cuando se eliminaran de la atmósfera las partículas de gases de efecto invernadero. Pero no querían esperar esos mil años, ni siquiera mediante sus descendientes. Ni los miles de años que pasarían antes de que la mente colectiva se fuera individualizando y reapareciera la mujer y el hombre. Esa misma noche, llevando una ropa de abrigo que les impidiera desfallecer a cientos de metros del área comunal, y con dos botellas de alcohol cada uno, se alejaron por la nieve. Precisamente esa noche había una ventisca de grado medio.