“Lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar”. Proverbio chino.

NO PODEMOS RESOLVER PROBLEMAS PENSANDO COMO CUANDO LOS CREAMOS. Albert Einstein

“Si a alguien le indigna más ver un contenedor ardiendo que una persona comiendo de él, tiene que revisar sus valores”

Sobre los poderes de siempre y los emergentes: "“No nos parece mal que nos muerda un lobo, pero a todo el mundo le saca de quicio que le muerda una oveja". Ulises de Joyce, Cap. 16




viernes, 28 de diciembre de 2012

Para mear y no echar gota: el copago en Madrid desde el 1 de enero


Vamos a ver un caso práctico.

Si queremos un ibuprofeno de los que se anuncian en TV, lo podemos comprar sin receta, pero son más caros.

Si lo queremos genérico, cuesta 1,87 y solo se puede dispensar con receta. Así que en mi caso, que me subieron el porcentaje de medicinas del 40 al 50%, como no quiero de los anunciados, me voy al ambulatorio y me extienden la receta.

Me cobran el 50%, 0,935 €, y como cuesta más de 1,74 €, le añaden el euro por receta, con lo cuál:

¡Pago 1,93 euros por un medicamento que tiene un precio de 1,87!

¿Cómo os quedáis? La dispensación por la sanidad “gratuita” me sale más cara que su precio de mercado.

El farmacéutico me ha asegurado que hay muchos medicamentos comunes en esa franja que te salen más caros, y que hasta un cierto precio vas a ahorrarte unos centimillos.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Si no os dormís pronto, vendrá Lasquetty y os privatizará


Si alguna vez tengo nietos, me los endosan una noche y, atiborrados de lacasitos, napolitanas de cremas y bebidas de cola estrictamente prohibidas por sus padres, tardan en dormirse, esa será mi amenaza: “Si no os dormís pronto, vendrá Lasquetty, se os llevará y os privatizará”. Seguro que habrán oído hablar de él y será una figura más temible que El Hombre del Saco. Al menos, más creíble; por no hablar de que enseñándoles una foto del monstruo, quedarán espeluznados.

El Sr. Lasquetty les dijo a los sindicatos y representantes médicos que, para evitar la gestión privada (es decir, que la Sanidad Pública dé beneficios que vayan a los bolsillos de los gestores, algunos de los cuáles son familiares y amigos peligrosamente cercanos a los compañeros de Partido del Señor Lasquetty), debían entregar un plan que ahorrara 533 millones de euros al año. ¡Qué concreción, cuánta exactitud, con cuánto detalle ha contabilizado euro a euro!

Pero cuando los periodistas le preguntan por las cuentas detalladas, no las tiene “Todo depende de variables que desconocemos, como la cápita y otras”, responde más o menos. Sin responder. Entonces, si él que tiene las cifras no lo sabe, ¿por qué pide 533 millones a los que desconocen las cifras?

Tan indeterminada es la cosa que un jerifalte de la CAM dice que el ahorro será de unos 200 millones. ¡Me cachis, todavía no se ha puesto en marcha el Plan Atilano y ya hemos desahorrado 333 millones.

Más todavía, en los Presupuestos de la Comunidad, donde se habla del dinero real, se plantea una disminución del gasto de 60 millones de euros. Total, nos venden por 60 millones, no por 533.

Además, un solo hospital “privatizado” de Valencia ha pedido un rescate de 72 millones, equivalente a las pérdidas que había tenido. La Generalidad Valenciana tendrá que dárselos. ¿A que así es chulo tener una empresa privada bien sea de confianza para el PP?

El Sr. Lasquetty no es un mentiroso, que de esos hay muchos. Es un mal mentiroso, que para eso hay ya que estudiar. Vamos a ahorrar 60 millones, vendiendo nuestros derechos y, como un hospital gestionado privadamente tenga pérdidas...

Para no tener que decir a los niños lo de “Como nos os durmáis pronto vendrá Lasquetty y os privatizará”, será mejor que nosotros no nos durmamos... aunque de momento nos ganen por goleada con sus mayorías absolutistas... perdón, quise escribir absolutas.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

T.L.M, Ya va siendo hora de ahogar a Aristóteles en el río de Heráclito

[Objetivo: planteamiento, nudo y desenlace]



Ya va siendo hora de ahogar a Aristóteles en el río de Heráclito

El pequeño de los Castaignon nació demasiado tarde. Inesperado, indeseado, intrascendente, pero con ganas de quedarse: nueve meses de aburrimiento y soledad en el líquido amniótico desarrollan recursos. Aprendió a patinar con las manos cruzadas a la espalda, inclinado elegantemente hacia el frente, por el lago helado de la cosa de la familia; se quebró la crisma emocional y física varias veces en el reducido entorno social, a ratos opresivo y a ratos expansivo, que se le abre a un niño de provincias; reconoció las ventajas de rehacerse como un niño modélico, atento, de sonrisa tímida ante todo poder adulto. Y comenzó a vivir con el mundo exterior una paz tan duradera, al menos, como la romana. A la espera de tiempos mejores.
—Este niño es tonto de capirote —comentó la abuela paterna, de extracción popular, desde su tumba.
—Pues a mí me parece un encanto —le contestó la abuela materna, de buena familia y, por tanto, más dada a mirar la vida con una perspectiva sacada de la lírica romántica. La diferente visibilidad vital que da el cocinar o tener cocinera.
Aunque en un nivel subfibroso el pequeño de los Castaignon captó esas conversaciones desde muy pronto, nunca se preguntó  cómo ni por qué se producía esa charla frecuente, esa radio Inter Cementerios; se acostumbró, con los años, a soportarla sin que le ensordeciera. Desde los más de 400 kilómetros físicos que las separaban, las consuegras charlaban. Cosas de mujeres, pensó el pequeño, echando como de costumbre balones fuera.
Tuvo libros a su alcance, así como muchos tebeos gracias al intercambio en el patio del colegio. Leía, callaba y esperaba.

Cuando se fue a estudiar a una ciudad grande, abrió los ojos, se desperezó y el mundo le pareció un parque de atracciones enorme que no te pedía ticket para participar en la diversión. La moneda de uso eran los deseos. Hurgó en los bolsillos y vio que tenía algunos; se dio cuenta de que cuantos más gastaba, más y mejor se reproducían. Rebosaba de deseos y se subía a todas las montañas rusas, trenes de la escoba, casas de los espejos. Compartió su mundo con ejércitos de deseantes, bebió mucho, comió mal, y eyaculó, eyaculó y eyaculó, ante, cabe, bajo, dentro, sobre, de propia mano, de mano ajena, de frente y de perfil. Tenía sorbido el sexo.
—Demonio de muchacho —comentó la abuela paterna.
Yes, indeed —contestó su comadre, a quien le gustaba recordar que había tomado el té de las cinco.
Para pertenecer al grupo de Los Deseantes las normas eran pocas: grita No a todo lo que te habían explicado que dijeras Sí; susurra sí a todo lo que te habían rogado que dijeras no; mantén un cuerpo joven razonablemente limpio. A una velocidad que casi nunca podían captar los ojos de párpados pesados de las viejas fuerzas del orden intemporal, intercambiaban piedras de cantos afilados, navajas, besos y libros.
Fue entonces cuando el pequeño Castaignon leyó muchos libros y como era de esperar escribió los suyos, con un efecto sorprendente: todo lo que escribía era hiriente para sus familiares y amigos. Aunque, dejada atrás la ira santa de la infancia y pudiendo comparar con otras familias, le pareció que la suya no había sido tan mala como creyó, sino más bien al contrario. O bien no se lo merecían, o bien carecía del imprescindible instinto asesino, por lo que dejó de escribir y se centró en los peligros de la vida. Una noche, por medio segundo consiguió apartar la cabeza del espacio que cruzaron dos balas.
—Casi nos lo matan, al pobre —comentó una de las abuelas, pero por el viento fuerte Castaignon no supo adivinar cuál de ellas.
—Pues con lo que le espera a partir de ahora, casi habría sido mejor —contestó la otra con ese tono de distanciamiento del asunto con el que hablan las mujeres cuando se están limando las uñas; acción que, dadas las circunstancias, era imposible.

La naturaleza sigue al arte y convierte la vida en un nudo errático. A pesar de las violencias exógenas y endógenas, los deseantes echaron las cuentas y la sensatez de los porcentajes les reveló una verdad: “Muchos son los llamados y pocos los muertos”. Contemplaron en la mengua de sus fuerzas vitales el anuncio claro de “Ya no sois jóvenes”. Se negaron a ser mordidos por el cocodrilo de Lacoste, pero no pudieron evitar ser ensartados por el gancho del Capital Garfio: Peter Punk había muerto. Les llovieron torrencialmente las dos máximas de la vida adulta: “Aburríos los unos a los otros”, “Engordad y multiplicaos”. Era ya demasiado tarde para ser joven.
El pequeño Castaignon se dispuso a cumplir y con su compañera se fue a uno de esos barrios-velatorio que hay en la periferia, para reproducirse. El tiempo, que allí era un chicle estirado y poco sabroso, daba de sí para mucha lectura tranquila. Solo le faltó fumar en pipa como un intelectual de la cómoda e inane retaguardia, aunque lo intentó y se miró al espejo usándola; pero no tiraba bien.
—Te doy en la razón en lo que dijiste el otro día, este niño es tonto —dijo la abuela materna refiriéndose a lo que veinte años antes había dicho su consuegra.
El pequeño de los Castaignon empezó a escribir mucho, metódicamente, pero desorganizado en sus objetivos. Es decir, sentía horror por la prescripción aristotélica y los que la siguieron tras la aparición de las vanguardias: «... dirigiéndose a una acción total y perfecta que tenga principio, medio y fin, para que, al modo de un viviente sin mengua ni sobra, deleite con su natural belleza, y no sea semejante a las historias ordinarias, donde necesariamente se da cuenta, no de un hecho, sino de un tiempo determinado, refiriéndose a él cuantas cosas entonces sucedieron a uno, o a muchos, sin otra conexión entre sí más de la que les deparó la fortuna». Lo que a él le gustaba eran las “obras ordinarias”, enloquecidas, llenas de puntos de intensidad; además, lo de Aristóteles le resultaba muy empalabrajado. Kandinski lo explicaba mucho mejor al hablar del punto y la línea. El pequeño de los Castaignon no había leído el libro, pero había meditado mucho sobre el título. La “línea” tiene un principio, un desarrollo y un final; es una ordenación humana del caos, que precisa de inteligencia en el autor, de un orden mental que le permita la previsión en lo que crea. El “punto”, en cambio, es un estallido, un desorden, una epifanía, una fulguración. La “línea” es de inteligentes; el “punto” es de colgados que no pueden contar una película porque en una escena que les gusta se quedan y la sueñan a su manera, por lo que cuando vuelven a la película han pasado varios minutos y ya no pueden saber lo que pasa.
Partidario de las fulguraciones, se dedicó en su periferia urbana a escribir textos ilegibles que le apasionaban recién terminados, pero de los que abominaba, y por ello rompía, al cabo de dos semanas. Aburrido, cuando ya apuntaba canas, dejó de escribir, entregándose con pasión a la lectura y la vida corriente.
—¿Cómo le va al niño? —preguntó el abuelo paterno.
—¡Vaya, José! ¿Y a ti, que llevas 40 años sin decir nada?
—Bueno, es que estoy muy entretenido, mirando el mar aquí en Mallorca.
Fue oír eso y el pequeño de los Castaignon supo, como un fulgor que irradiaba verdad, de quién procedía espiritualmente.

El pequeño de los Castaignon ha vuelto a vivir en el centro, con su familia, después de quince años en la periferia. Ahí la vida bulle. Los bares son hermosos y cálidos; y cierran a las tantas. Las personas son hermosas, hasta la vieja más decrépita. Ya no escucha las conversaciones de sus muertos. Quizá estos tienen una segunda vida y, por fin, se han muerto de verdad. Al caminar, nota que cada vez que pone un pie en el suelo le sube por él una corriente de energía. Que la vida podía volver a ser esto no había sido capaz de imaginarlo. Encuentra gente con la que escribir y compartir lo escrito. Finalmente, va a un curso en el que una maestra le enseña todos los trucos y modos de la escritura: las filfas en las que no se había querido fijar hasta el momento. Es divertido aprender a reflexionar sobre la escritura. Si se esforzara, hasta podría encontrar el modo de hacerlo para ahogar a Aristóteles y sus teorías para siempre. Hay autores que lo están consiguiendo y querría aprender de ellos: conocer todas las normas y practicar todos los modos de negarlas. Pero, como de costumbre, quizá sea ya demasiado tarde.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Balcones blancos en Madrid


SI QUIERES AYUDAR A DEFENDER TU SANIDAD PUBLICA, CUELGASABANAS BLANCAS CON O SIN MENSAJE DE LAS VENTANAS DE TU CASA (SANIDAD PUBLICA, NO SE VENDE SE DEFIENDE... VECINO, SAL, SE VENDE TU HOSPITAL... ETC). NO CUESTA NADA, Y ES UNA FORMA DE AYUDAR.
 
¿NO VAMOS A PERMITIR QUE AL GANAR EL MUNDIAL SE EMPAPELARA ESPAÑA CON BANDERAS, Y AHORA QUE ESTÁ EN JUEGO ALGO MUCHO MÁS IMPORTANTE PARA TODOS, NUESTRO DERECHO A LA SALUD, NO VAYAMOS A HACER NADA?
 
SI ESTÁS DE ACUERDO CON ESTO, CUELGA ALGO BLANCO DE TU VENTANA Y PÁSALO. TODA AYUDA ES POCA. TENEMOS HASTA EL 21 DE DICIEMBRE PARA FRENAR ESTE DESASTRE...
 
 
¡¡LA SANIDAD NO SE VENDE, SE DEFIENDE!!