Las penas con lujo son menos
—Tenía sus
defectos, pero siempre fue muy bueno —dijo la viuda mientras regresaban
despacio y cogidas del brazo, en la agradable quietud del cementerio, hacia el
coche con chófer al que ordenaron que las esperara fuera del recinto. Con la
brisa fresca de finales de mayo, preferían pasear solas, charlar tranquilamente
y no tener testigos de su dolor.
—Y generoso,
nos ha dejado a las dos con un buen pasar.
—Quizá le
hicimos trabajar demasiado y por eso se nos ha ido tan pronto. Además de
atendernos en la cama, que siendo como somos debió de representar un gran esfuerzo.
Era tan cumplidor
—No seas
blanda, mujer. Los hombres han de trabajar mucho. Siempre te dije que, al
mantener lo nuestro en secreto, le causamos un complejo de culpa, una ansiedad de
que no se descubriera su lío conmigo y eso te hiciera daño. Era cuestión de
tiempo que esa culpa acabara con él.
—Cierto. Era
tan delicado en estas cuestiones.
—En fin, hecho
está. Ahora, nuestro viajecito de tres meses. El estrés de la muerte repentina
y el mes de papeleo legal y financiero nos han dejado exhaustas. Nos merecemos
una buena recompensa. Pero el dinero no es eterno. Creo que al regresar debemos
repetir la operación.
—Lo mismo he
pensado yo. Seguimos siendo muy atractivas para un madurito, pero que esté ya
forrado. Eso sí, esta vez te toca casarte a ti y, en cuanto pasen unos meses y
empiece a perder la potencia del deseo, aparezco yo y lo seduzco.
—Es lo que te
dije cuando te casaste con Paco: ningún hombre puede resistir la seducción de
la amiga íntima de su mujer.