[Pues sí, hemos tenido que trabajar el narrador cinematográfico: ese narrador que lo ve todo y lo oye todo, pero no es omnisciente, no es dios, y no sabe lo que piensan y sienten los personajes, a no ser que ellos lo digan en voz alta].
Nunca estuve allí
—Lo importante es que nadie pueda
saber que hemos estado allí, lo mismo si no pasa nada que si pasa algo. Me
preocupan los socios peligrosos de mi amigo. Mala gente. Será mucho mejor para
ti y para mí que nadie pueda situarnos en la zona. Ni en menos de 100 millas a
la redonda —le dijo Lou a su amigo Jammie en la llamada telefónica con la que
le convocó a la cita. Fue la única frase en la que le daba a entender que había
peligro, y que podía ayudarle o no.
Cuando Lou se acerca al punto kilométrico de la carretera en
el que ha quedado con Jammie, reduce la velocidad y lo ve salir del bosque. Detiene la
furgoneta Ford de trabajo que le prestaron y su amigo indio sube a ella.
Reanuda enseguida la marcha. Han de salir de la carretera terciaria sin ser
vistos, tomar un camino de tierra para entrar en el bosque, aparcar y ocultar
la furgoneta, subir la montaña por el lado este para descender al valle que
está en su lado oeste; y explorar la pendiente y el camino de ese lado donde se
va a producir el encuentro.
En el coche, Lou ya le puede contar el
plan. Por lo que le dijo por teléfono, los dos llevan comida y agua, cada uno
en su mochila, para no tener que parar a comprar nada. Y Lou lleva unas
garrafas de gasolina en el portamaletas, para no tener que entrar en una
gasolinera. Que lo más que pueda decir un testigo es que vio una furgoneta
sucia en la que viajaban un blanco y un indio. No importa que alguien, por
cualquier razón, se acuerde de la matrícula, porque es falsa. Lou se preocupó
de cambiarla. Los dos son desconocidos en la zona.
Pero la zona no es desconocida mentalmente
para ellos. En cuanto hablaron, 24 horas
antes, cada uno buscó en una biblioteca pública mapas detallados de la montaña
y los valles, de los caminos, alturas, rasgos geográficos. Lo memorizaron todo.
Eran expertos. Habían dedicado tres vacaciones universitarias de Lou, después
de conocerse por casualidad al inicio de un verano, a vivir en bosques y zonas
montañosas, practicando las artes que Jammie había heredado de sus antepasados.
Y cuando Lou abandonó los estudios, estuvieron casi un año haciendo lo mismo:
vivir en los bosques y bajar de las montañas solo para hacer un trabajo
temporal con el que comprar lo necesario para regresar a la naturaleza. Siempre
se habían comportado como hermanos, incluso en los largos períodos en que no se
veían. Y estaban orgullosos de que los dos supieran practicar las costumbres de
los antepasados de Jammie. Podían recorrer los bosques sin que ningún ser
humano que estuviera cerca, y que ellos ya habían detectado, se diera cuenta de
su presencia. Incluso practicaron, en ese año completo, el modo de moverse de
forma que los animales de tierra y las aves, aunque sin duda sabían de su
presencia, no sintieran inquietud y no delataran su presencia con sus ruidos.
Falta un día para el encuentro del Gordo con un socio no
fiable con el que, según le ha contado a Lou en la visita que le ha hecho poco
antes, quiere romper toda relación porque no se fía del modo en que está
creciendo, lo que conlleva un aumento del dinero y la violencia que El Gordo ni
quiere ni puede manejar. Como siempre que está preocupado, ha visitado a Lou,
que vive de pequeñas chapuzas, o de pedir un dólar en la calle de vez en
cuándo, actualmente en el extrarradio de una ciudad fluvial. Muchas veces le ha
dicho que lo considera su consigliero honorario, el que sabe pensar. Y bien
barato, porque no acepta más de 100 o 150 dólares en billetes pequeños, sobre
todo de un dólar y algunos de cinco. Lou se lo explicó la primera vez que,
accidentalmente, lo ayudó: si nos vamos a ver de vez en cuando, la pasma lo
sabrá y solo estaré a salvo si mi nivel de vida no crece. Es difícil pensar en
mí como un mafioso si vivo en lo que se suele llamar una situación de pobreza.
Desde entonces se han visto muchas
veces. Lou le ha dicho que lo considera su hermano y El Gordo sabe que tiene más
hermanos en la vida itinerante que lleva: gente especial con vidas muy raras y
conocimientos poco habituales. Son mis “hermanos-maestros”, le explicó Lou; los
que me permiten profundizar en la vida y sus artes. El Gordo le ha visitado siempre
que tiene problemas, porque la visión amplia del chico le ayuda a encontrar la
solución. En algunos casos, muy pocos, Lou ha actuado en la puesta en práctica
de esa solución, pero El Gordo se niega a que éste sea uno de esos casos. Esta
vez es muy peligroso y no quiero meterte. Le cuenta cuándo, dónde y cómo van a
tener la reunión, en la que El Gordo le va a pagar lo acordado por el último
envío e incluso una prima adicional para compensar lo que va a dejar de mover
para el socio en los próximos meses. Le dije que era lo justo, hasta que
encontrara a otro que hiciera mi trabajo.
—Claro que es peligroso: el hecho de
que sea el otro el que fije el sitio, el día y la hora ya lo es.
—No he podido evitarlo. Hemos actuado
como llevamos haciéndolo cuatro años: es él quien fija los puntos de encuentro
y las fechas. Si me hubiera negado esta vez, habría resultado más tenebroso.
—¿Dónde has aprendido la palabra
“tenebroso”, en el cine? —le preguntó, echándose a reír—. En ese caso, es que
sigues yendo a ver películas de adolescentes.
—Quizá por eso cuando tengo un
problema lo tengo que hablar con un listillo juvenil como tú.
Lou había conseguido lo que quería,
relajar el ambiente, antes de insistir.
—Al menos hazme caso en una cosa.
Dices que os encontraréis los dos coches, que en uno irá él y el conductor; en
el otro tú con el tuyo. Te va a engañar. No podrá ir en varios coches, porque
tú recelarías y escaparías, pero puede llevar otros dos tíos detrás. Cuatro
contra dos. Ya estás muerto.
—¿Se te ocurre algo?
—Lo primero, que me lleves a mí, me
dejes en el bosque a 200 metros. Me basta conque reduzcas la velocidad; sin
detenerte. Y que lleves otros dos tíos en los asientos de atrás. Así seremos
cinco contra cuatro... a lo mejor contra cinco, pero la sorpresa del quinto
hombre, yo corriendo a oscuras por el bosque, nos da la victoria.
—No vas a venir. Métetelo en la
cabeza.
—Pues al menos que seáis cuatro. Si
él ha preparado pelea, estaréis en mejor situación. Si no la ha preparado, se
sorprenderá de que estando en mejor situación le sueltes la pasta y te vayas.
Pensará que eres tonto, pero también que eres legal y no vas a ir contra él en
un futuro.
Antes de dejar oculta la furgoneta en el bosque, Lou le ha
contado a Jammie que está seguro de que el socio, además de ser cuatro a la
vista, tendrá uno o dos tiradores ocultos en una pendiente cercana. No tiene
otro sentido que la cita sea en un camino entre dos laderas montañosas. Añade que
posiblemente hará una señal para que los tiradores ocultos hagan fuego, como
rascarse la nuca o la nariz, algo que a los que lo ven les parezca normal, pero
que nunca lo es en esas ocasiones. A esa señal los tiradores matarán a dos y
los cuatro de abajo se encargarán de los otros dos. Le dice que está seguro de
que el socio cuenta con que El Gordo vaya acompañado de tres hombres.
Con lo que cuenta Lou es con que los
tiradores monten un escándalo en el bosque y los pájaros anuncien su presencia
como si tuvieran un neón de metros de alto encima, le dice a Jammie. A nosotros
no nos percibirán y nos situaremos a una distancia corta, a sus espaldas,
responde Jammie.
Faltan 20 horas para la cita y
recorren doscientos metros arriba y abajo, desde el punto acordado por el socio
del Gordo, y hasta una altura de unos 60 metros metros, las dos pendientes que
dan a ese punto. Cuando recuerdan prácticamente cada árbol, se sientan a
compartir la comida de las mochilas. Beben la mitad del termo de café
fuerte que lleva cada uno, como acostumbran. Repasan con menos detalle el
camino y los lados bajos en pendiente, donde podría instalarse un
francotirador.
Faltan 5 horas y se concentran en el
punto de encuentro.
—Evidentemente éste es el sitio
ideal. Pequeño, unos 50 metros de recta, que empieza dando el camino una curva
a la izquierda y termina con otra curva en la misma dirección. Todo muy
controlable. Según las instrucciones, El Gordo tiene que venir desde abajo,
llegar al fin de la recta. Dar la vuelta al coche y esperar. Supongo que el
socio hará lo mismo, pero quedándose en la dirección de la marcha.
—Y dará la vuelta y se irá por el
mismo camino —contesta Jammie—. La salida por la otra dirección es mucho más
larga y estará deseando largarse de aquí. Luego vendrá la brigada de limpieza.
Cada uno de ellos se bebe de un trago
la última mitad de su termo de café. Las pupilas se ajustan, los músculos se
ponen en tensión. El control de la respiración los vuelve precisos.
Una hora antes de la cita, llega un
coche del que bajan dos hombres armados con un fusil con mira telescópica. Cada
uno sube una pendiente y se dirige a un lado de la pendiente, a las dos
plataformas con buena visibilidad, a 15 y a 20 metros de altura, que Lou y
Jammie habían identificado como los puestos ideales. Los dos están ya detrás de
un árbol grande, a cubierto, a dos saltos de distancia de donde deberían
situarse los francotiradores, y no tienen que moverse porque habían acertado
con exactitud en sus predicciones.
Llega el coche de El Gordo, sigue las
instrucciones, cambiando la dirección del coche y encendiendo las luces largas.
Se bajan los cuatro. Minutos después lo hace el del socio. Dejando las largas
encendidas, se bajan también cuatro hombres. Se encuentran en el centro. El
Gordo lleva el paquete con el dinero. Sonríe. También el socio sonríe y no
menciona que los dos hayan incumplido la norma del número de asistentes. Con la
mano derecha se ajusta el reloj de la muñeca izquierda, como si le presionara.
Los dos tiradores tensan la postura, en posición de disparo. Dos cuchillos
grandes recorren a la velocidad del rayo la distancia entre el árbol de atrás y
la garganta de cada tirador. Por un instante, el grito de los heridos causa
confusión abajo. Cada uno de los hombres que llevaban cuchillo coge el fusil
del muerto antes de que toque al suelo y dispara, cada uno, contra uno de los
hombres del socio. Solo queda éste y uno de los suyos, pero han sido
sorprendidos y, en estos casos, la sorpresa retrasa la acción. Son los dos
muertos siguientes.
Lou y Jammie dejan el fusil en el
suelo y, con el cuchillo en la mano, se reúnen donde habían quedado, suben la
pendiente oeste de la montaña, bajan por la contraria y se dirigen al coche.
Cerca de él, Jammie mata un corzo y los dos lo desangran con los cuchillos.
Meten el animal con los cuchillos manchados de sangre en el portamaletas. Se
lavan las manos machadas de sangre humana con la sangre del corzo y se las
limpian con unos trapos. Ningún policía que les pudiera parar se extrañaría de
la sangre y en esa época la caza estaba permitida. Se suben a la furgoneta y
Lou la arranca, para llevar a su casa a Jammie, a unos 400 kilómetros, tal como
habían quedado. Cuando lleguen a una carretera general, ya podrán dejarse ver, comer
en el bar de una gasolinera, lavarse las manos, presumir del corzo. Jammie le
pasa un cigarrillo a Lou y los dos los encienden, con cara de placer.
—Joder —dice Lou—, cada vez llevo
peor las situaciones de tensión largas en las que no puedo fumar.
—Que estuvieras allí con un amigo me
salvó la vida —dijo El Gordo cuando le visitó cuatro días después, según lo
acordado.
—Mételo en la cabeza: nunca estuve
allí. Pero dime: ¿quedó todo bien limpio, como si unos boy-scouts hubieran
recogido la basura del monte?
—Podrías comerte una chuleta que se
te cayera al suelo sin problemas. Oye, esta vez me has ahorrado mucho dinero,
me gustaría...
—Ni siquiera necesito los habituales cien
pavos en billetes pequeños, porque por aquí la gente es muy amable y agradece
bien que les ayudes en chapuzas, pero... tengo un buen amigo al que querría
ayudar a reconstruir la cabaña en la que vive, que se está cayendo abajo ella
sola. Voy a verle la semana que viene, me quedaré unas tres semanas, y dos mil
dólares vendrían muy bien para los materiales. Si añadimos otros quinientos,
hasta podremos darnos fiestas cuando al anochecer dejemos el trabajo.