“Lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar”. Proverbio chino.

NO PODEMOS RESOLVER PROBLEMAS PENSANDO COMO CUANDO LOS CREAMOS. Albert Einstein

“Si a alguien le indigna más ver un contenedor ardiendo que una persona comiendo de él, tiene que revisar sus valores”

Sobre los poderes de siempre y los emergentes: "“No nos parece mal que nos muerda un lobo, pero a todo el mundo le saca de quicio que le muerda una oveja". Ulises de Joyce, Cap. 16




domingo, 31 de marzo de 2013

Lo que tiene derecho a decir Cristina Fallarás (y todos nosotros)



Escrache de trabajo, casa y cena

Éramos tan simpáticos cuando recibíamos los palos de la policía levantando las manos en las plazas. Éramos tan comprensibles cuando a su violencia, su puñetera violencia económica, cotidiana y bestial, todo lo que oponíamos era nuestra presencia en silencio…

Cuando uno llega a casa del trabajo y hace la cena le molestan las interrupciones, qué impertinencia tan poco democrática, esas interrupciones. Casa, trabajo y cena son las palabras clave. Cuando a uno le han arrebatado trabajo, casa y cena, sólo le queda interrumpir para no echar a arder la rabia. Interrumpir para recordarle al responsable que la miseria ajena la ha construido él, recordárselo a sus seres cercanos, a sus vecinos, a sus amigos, que no se les olvide como a tantos no se les puede olvidar que ni trabajo, ni casa, ni cena tienen ya.

Así son las cosas, queridos ministros, diputados, periodistas y biempensantes en general. Cena. Trabajo. Y casa.

Primero te quedas sin trabajo. Seis millones de personas ya viven al pairo, sin manera de ganarse la vida. Si no te ganas la vida, la pierdes, no me cansaré de repetirlo. De ellos, cientos de miles son conscientes de que nunca más volverán a trabajar. Como son personas entre 50 y 65 años, suelen tener hijos, y seguramente lloran acuclillados en la ducha, como yo tantas mañanas aciagas en las que inventar ocupaciones para el día que llegaba a dentelladas ha sido la única forma de mantener la cordura.

Después de perder el trabajo, pierdes la cena, qué barbaridad, la cena, pensarán los biempensantes. El subsidio de paro tiene caducidad y cargamos ya en el lomo cinco años de crisis. De los seis millones sin curro, alrededor de dos millones de personas en España cobran cero euros al mes. ¿Usted se imagina lo que son cero euros al mes? ¿Usted se imagina lo que es ir a buscar la leche del desayuno a la nevera de los abuelos, a la cola de la Cruz Roja, a casa de una amiga que aún conserva dos tristes colaboraciones? Párese aquí y piénselo, póngase en el lugar, no le dé asco, se trata de un ejercicio muy aleccionador: Suena el despertador por la mañana, levantas a los críos y escurres la última botella de leche, ya mezclada con agua. Pero no llega, no alcanza para los dos. Aprietas la mandíbula hasta la náusea, la última botella, la última patata, el último huevo son piezas imprescindibles de un puzle cotidiano que termina en cualquier momento, no a final de mes, no al principio. Quienes cuentan la última taza de arroz en la despensa ya no tienen principio ni final de mes, porque no hay cobros, cero euros, cero curro, cero ingresos, el tiempo como un continuo infernal de desespero y perplejidad, de paseos urbanos a patadas, de pequeñas ilusiones de delincuencia básica.

¿Qué haría usted si peligrara el alimento de sus hijos?

Ah, pero no lo han perdido todo aún. Después del trabajo, la patata, la leche y el arroz, después del agua y la luz, del teléfono y el gas, pierdes la casa. Párese aquí de nuevo: Sí, sí, la casa, techo, refugio, guarida, hogar, la casa en la que ya no queda equipo de música, ni objetos de valor, ni televisión, ni vídeo, ni bicicletas, todos a precio de saldo en el Cash Converters más cercano. No se echen las manos a la cabeza, sé lo que digo, no exclamen Qué exageración, atrévanse a mirarlo. Fuera casa, y empieza una búsqueda desesperada entre familiares, amigos, asociaciones y pancartas, noches insomnes de planes disparatados, viajemos a Buenos Aires, limpiemos bares en Berlín, ¿por qué no ocupar un pueblo abandonado?, podemos dejar a los críos con los abuelos. Planes que a la luz del día hacen polvo la mandíbula, destrozan los dientes en un rechinar furioso, papás, volvemos a casa, sí, con nuestros críos, sí, vuestros nietos, sí, con nuestro desolador fracaso a cuestas.

¿Qué haría usted si los zapatos que calzan en casa dependieran de la caridad cristiana?

Ah, qué fácil resulta cuando uno llega a casa del trabajo a preparar la cena –trabajo, cena, casa— escribir un artículo defendiendo el derecho de los responsables a preservar su vida, su tranquila existencia cotidiana de agua caliente, jabones, cremas hidratantes, yogures enriquecidos, jerséis de primera mano y ropa interior de primer culo. ¿Qué esperaban? ¿Qué coño esperaban? ¿Que los miles de desposeídos, de desasistidos de esta crisis que algunos han construido forrando de monedas sus viajes al paraíso, y que muchos han callado y permitido, que esos ya millones de desamparados se quedaran cruzados de brazos lavándose con agua de la fuente?

¿Qué haría usted, que aún trabaja, cena y vuelve a una casa que es suya?

Éramos tan monos, tan simpáticos cuando recibíamos los palos de la policía levantando las manos, sentados en las plazas. Éramos tan comprensibles cuando todo lo que oponíamos a su violencia, su puñetera violencia económica, cotidiana y bestial, era nuestra presencia en silencio, que ahora que sencillamente nos acercamos a decirles No permitiremos que usted siga condenándonos, ahora ese gesto básico les parece un acto poco menos que terrorista. Kale borroka, dicen; acoso fascista, dicen; hay que ver los pobres hijos del ministro, dicen los que no dijeron nada con los miles y miles de pobres hijos que empezaron hace meses su deambular por casas de abuelos, de amigos, de prestado, casas ocupadas, patadas a las puertas, viajes inciertos. Esos miles, quizás cientos de miles de hijos no han merecido palabra de los que ahora denuncian acoso, violencia, qué horror.

Nosotros nos equivocamos, sí señor, delegamos el ejercicio del poder y las decisiones que afectaban a nuestro vivir en una panda de mangantes que nos han dejado en pelotas. Lo admitimos, y ahora apechugamos con eso. Cada uno que apechugue con lo suyo. Ellos se negaron a tomar las medidas necesarias contra nuestra miseria, contra nuestras muertes pequeñas, contra el desamparo de nuestras criaturas, contra nuestros desahucios. Ellos podían haberlo parado, haberlo evitado, haberlo resuelto, haber tomado medidas como las tomaron con la supuesta ruina de los bancos. Bien, no las tomaron. Apechuguen también ellos con sus decisiones, ¿no?

¿De verdad pensaron que una sociedad puede permitirse el lujo de seis millones de parados más otro puñado de millones de empobrecidos hasta la caridad a cambio de entonar un brote verde? ¿Creyeron en serio que vallando el Congreso y rodeándolo de armas iban a evitar oler la protesta de los ciudadanos? Hay que ver, hay que ver cómo atonta llegar a casa del trabajo y hacer la cena.

Cristina Fallarás
Periodista y Escritora

martes, 26 de marzo de 2013

Hablando de terrorismo, una pequeña historia personal



Hay unos negros en mi barrio que en cuanto me ven me saludan con esa sonrisa que solo ellos tienen. Saben que les voy a dar una moneda plateada, que vamos a hablar un ratito. También hay un alemán un poco loco que es la persona con más cortesía y mesura que he conocido. Pide 60 céntimos, el precio de una lata grande de cerveza, y si le das 80 te devuelve 20. “Solo necesito 60, señor, muchas gracias”. Únicamente en el caso de que tengas únicamente monedas de 1 euro, te aceptará una, casi como excusándose por ti, por no tener la cortesía de llevar encima monedas pequeñas. A veces me pide un cigarrillo, ¡jamás las dos cosas!, y me he cansado de ofrecerle dos. “Solo necesito uno, señor, muchísimas gracias”.

A uno de ellos, que está siempre por las mañanas (no sé hasta qué hora de la tarde), en la calle Fuencarral, un poco más abajo del VIPs, le conozco desde hace tiempo. Es bajito y rellenito. Me recuerda en pequeño a Louis Armstrong, con esa sonrisa. Tan amable. Con los recortes sanitarios, a veces le cuesta sonreír. Sufre de unas migrañas terribles y los médicos de la Seguridad Social le atendían y le daban las pastillas que necesitaba, bastante caras. Ahora los médicos le siguen atendiendo, a escondidas, pero le dan recetas que no puede comprar casi nunca.

Esta mañana noté que estaba mal. Me quedé a hablar con él un poco más y me contó lo que le pasaba (además del dolor de cabeza y de que se acerca el fin de mes y tiene que pagar el sitio donde vive, muy poco). Su hermana está en África y la llevaron del pueblo a un hospital porque se le ha hinchado un ojo y va a perder la vista si no la operan. El coste de la operación son 50 euros y él es la única esperanza de la familia. En un momento de la conversación, se echó a llorar y me dijo: ¿Para qué he nacido, si solo he conocido padecimientos?

Por supuesto, no llevaba 50 euros. Por supuesto, mañana se los daré, hasta ahí puedo llegar si quiero dormir por la noche. Solo confío en otra organización del mundo, en que tomemos conciencia de las cosas que pasan cada día (en nuestro país, tres millones de personas ya por debajo del umbral de pobreza severa).

Pero si pasáis por allí y lo veis, sed generosos.

He seguido con mi vida. Me he tomado el vermú. Y he recordado que la delegada del Gobierno acusa a los miembros de la PAH de filoterroristas. Porque Bildu se sumó a unas acciones de la PAH. Y por los escraches, que son un poquito violentos y un poquito ilegales, además de un muchito descorteses. Lanzar a la puta calle a centenares de miles de familias, que además mantienen de por vida la deuda con el banco por la casa de la que les han echado, no aterroriza. La PAH ha seguido un camino impecable de toda la ruta democrática. Hasta han conseguido que la UE dictamine que la mayoría de los contratos de hipotecas eran abusivos e ilegales. Así que se están cansando y poniéndose un poco gamberros. Casi terroristas, porque incitan a la violencia.

Y yo veo las cosas de otra manera, claro. Creo, por ejemplo, que privar al pequeño Louis Armstrong de las pastillas que evitan que le estalle la cabeza de dolor es un acto terrorista. En cambio, ante una situación tan grave, gritarle a la cara a nuestros diputados que cuando se vote en el congreso la propuesta, depende de ellos, es el mínimo de violencia indispensable. Que sí se puede arreglar, lo que pasa es que no se quiere. Con el Gobierno anterior, y con el apoyo de los políticos de este, fue muy fácil hacer las leyes que están trayendo estas consecuencias. ¿A que eso sí se pudo hacer? Y además, fácilmente, porque los bancos tienen grupos de presión y los ciudadanos no. Cuando presionan los poderosos, todo resulta fácil. Cuando presionan los ciudadanos, todo es represión y/o desprecio. Lo que empezamos a tener los ciudadanos es un nivel de mala leche que ríete tú del colesterol: pensamos que los que se han suicidado por los desahucios, los que han caído en la depresión y la pobreza, han sido atacados por un terrorismo. Muy fino y educado, eso sí.

Bueno, esto no es más que un contraste de opiniones que todavía podemos mantener en este país al que le quedan determinados formalismos democráticos. Esto es una pequeña historia personal, aunque resulta que al cúmulo de historias personales se le llama, o debería llamar, Historia.

jueves, 7 de marzo de 2013

Maldigo a los neutrales



Nos reiríamos del loco o malvado que dijera que lo de los nazis y el gueto de Varsovia, o los miles de campos de muerte fueron solo un "conflicto nazi-judío" que no supieron (las partes del conflicto) solucionar dialogando.

¿Y lo del conflicto nazi-parisino? ¿Por qué no dialogaban? ¿Qué orgullosa soberbia llevaba a la Resistencia a poner bombas, en lug de dialogar una solución?

Y sin embargo, en esta guerra de ocupación, hablamos de dos partes, sin llamarlas por su nombre: ocupante y ocupado;  verdugo y víctima. Y si hay algún verdugo, es la víctima que se revuelve. El perro al que apalean y muerde es un mal perro.

Por eso maldigo, como el poeta, a los neutrales, sobre cuya voz, mesurada, racional y distante, se mata e impide la vida.