El miedo abre caminos
Después de la
comida, me dejaron que me fuera por ahí a condición de que me llevara el perro.
Los mayores seguían siendo gente de otra especie, inexplicables. Que lo que más
quería hacer fuera una condición afianzaba esa separación absoluta que había
entre ellos y yo. Era como si habláramos dos lenguas distintas, referidas cada
una a mundos diferentes.
Esto lo puedo
decir ahora, que han pasado tantos años que soy mayor y la infancia es una
cápsula épica que recorre el cerebro sin dejarse penetrar. Aquello sucedió
entre mis 7 y mis 11 años. Mi madrina tenía un valle entre dos montañas altas. Comenzaba
al salir de un pueblo y terminaba donde las montañas se juntaban al fondo, con
la forma de un imán.. La casa, la única que había entonces, estaba a unos dos
tercios del pueblo. Más arriba, aproximadamente a kilómetro y medio, estaba el
corral de ovejas, que pastoreaba Juan. Tendría 16 años cuando yo tenía siete,
por lo que era uno de los “otros”, un gigante viejo. Por la tarde, regresaba de pastorearlas, las
metía en el corral y las ordeñaba. Después volvía a la casa, pues era el hijo
único de Zósimo, el mediero que cuidaba las tierras a cambio de la mitad de
todo lo que produjeran.
Esa tarde, como
de costumbre, el perro y yo corrimos hacia arriba por el camino del corral y al
poco giramos a la derecha, donde estaba la parte más desigual del terreno. Al
perro le gustaba lo mismo que a mí. Era como un niño, mi único compañero de
juegos. A veces olía algo y salía disparado, pero a unos 50 metros se paraba y
volvía conmigo. Cansado de correr, me tumbaba en el suelo, al sol, y él se
echaba y ponía la cabeza sobre mi pecho. Le pasaba un brazo por el cuello y nos
quedábamos dormidos. Si olía o escuchaba algo, se levantaba y salía como un tiro,
pero volvía enseguida y ocupaba la misma posición. Yo necesitaba esas siestas
porque por la noche dormía poco por causa del miedo. Los dos disfrutábamos de
la libertad. El mundo era nuestro.
Cuando el sol
empezó a bajar escuchamos los ladridos de los perros del pastor. Se puso en
tensión, mirando hacia allí, y le hice una señal con la cabeza para que fuera a
ver a sus amigos. En nada de tiempo oí los ladridos alegres del encuentro y
poco después regresó sediento de las dos carreras. Volvimos a la casa; él bebió
agua y a mí me fregotearon y me cambiaron de ropa para la cena.
La puerta al
exterior seguía abierta hasta que cerraba la noche y empezaba a hacer frío,
aunque fuese casi verano. En la planta baja, que me producía una sensación de
enormidad, a un lado había una chimenea ancha y profunda donde se cocinaba, una
mesa muy larga al otro extremo, con manteles de hule. Después de haber cenado,
por turnos, se cerraba la puerta y nos sentábamos en semicírculo. Los mayores
contaban historias de miedo. Muchas de ellas del Garrampón, que era el fantasma
del valle.
La noche me
producía una agonía dulce, un nerviosismo que apreciaba por la intensidad de
las sensaciones. Me estremecía con las historias sobre el Garrampón, del que
nadie conocía la forma exacta porque era muy veloz en sus ataques: pues anoche
estuvo por aquí, contaba alguien, porque una oveja que se había perdido
apareció muerta por la mañana; le habían mordido el cuello y le habían bebido
la sangre. Frases así me producían un miedo agradable, la sensación de un mal
que te acecha pone todo tu cuerpo en un estado de alerta eufórica.
En algún
momento, las señoras mayores empezaban a
subir a sus habitaciones, con una vela encendida. Todas las habitaciones
estaban en la primera planta y en la casa no había electricidad. Si estaba mi
madre, subía cuando lo hacía ella; si no, cuando me lo decía la madrina. Me
encendían una vela y subía hasta mi habitación. Alguien, previsor, había dejado
dos velas nuevas y una cajita de mixtos en mi mesilla de noche.
Mi habitación
era la biblioteca, con una cama turca pequeña que se adecuaba a mi tamaño. Por
tres de los lados, la librería amontonaba libros, pero en la repisa superior se
asentaba todo tipo de aves y pájaros disecados, cazados en el valle. Un águila
pequeña, con las alas extendidas, ocupaba casi todo el lateral derecho,
acompañada de búhos y lechuzas. En los otros dos laterales, aves más pequeños y
muchos pájaros sujetados en ramas secas. No se debe mirar a los ojos de las
aves disecadas, contienen y transmiten maldad. A veces lo hacía durante el día,
pero me arrepentía por la noche, a la luz de una vela, porque el recuerdo me
obligaba a volver a mirarlos.
Sentía un
terror sin recompensa, a diferencia de la emoción que me producía oír historias
de fantasmas rodeado por los demás, a la luz viva de la chimenea. Sabía cuántos
habían quedado abajo, hasta me llegaban sus voces, lo que me producía un
sentimiento de compañía. Pero poco a poco iban subiendo y a poco de hacerlo el
último los imaginaba a todos dormidos. Si las aves y los pájaros me atacaran,
nadie llegaría a tiempo de salvarme.
La madrina me
había señalado una pequeña estantería, que era la de sus hijos, ya mayores.
Tenía tomos encuadernados de tebeos tan antiguos que ya no se vendían en los
quioscos. En varios viajes, a lo largo de unos dos años, ya me los había leído
varias veces, porque amortiguaban el miedo, pero no del todo: constantemente
notaba que algo se había movido y miraba por encima del tomo. Una noche me fijé
en la segunda y tercera repisa, con libros para jóvenes, una colección de
clásicos encuadernados con dibujos de oro y una estampa pegada en el centro de
la portada. En el interior, tenían muchas estampas de colores, pegadas.
Empecé por el
lado izquierdo, con La Ilíada y luego
fui leyendo decenas de ellos. Lo que contaban me interesaba tanto que dejé de
mirar el movimiento de las aves por encima del libro. Seguía durmiéndome al
amanecer, o un poco antes, pero lo hacía por lo que me gustaban las historias
de los libros, no por miedo. Este desapareció de mi vida para siempre; si
alguna vez tenía esa sensación, por otros motivos, la curiosidad enfermiza por
las historias escritas lo hacía desaparecer.
Antes de
cumplir los 12 años, dejamos de ir al valle. No me preocupé el motivo, porque
no me interesaban las razones por las que los mayores hacían o dejaban de hacer
las cosas. Bastante tenía con buscar libros en una época en la que no era fácil
encontrarlos.
Es precioso. ¡Qué pena que el perro no pudiese subir a la biblioteca también!
ResponderEliminarGracias, Jonhan. Los relatos de niños son muy "agradecidos", porque el lector aporta su infancia, Lo de subir el perro, imposible. Se habría matado dando saltos para comerse el águila.
EliminarBesos
Me ha encantado este relato NáN...en primer lugar la foto...de verdad q se ve al NáN actual en todas esas fotos de infancia...qué chula.
ResponderEliminarHay muchas "fulguraciones" q me han emocionado durante el texto, pero es sobre todo cómo describes un ambiente, una época, lo q me ha atrapado, y he estado allí. La primera parte en le valle (genial la madrina q "tenía" un valle, solo con ea frase ya entendemos tantas cosas) llena de luz. La segunda, en aquella casa, llena de oscuridad y sombras, las más terroríficas imaginables q son las de los pájaros con las alas abiertas. Lo son para mí. El sueno de la razón produce monstruos, piesso en ese grabado de Goya para resumir esta parte.
Y de nuevo la luz: el poder curativo y eventualmente salvador de los libros, la literatura. Se comen a los pájaros malvados de ojos de cristal y con ellos nos ayudan a intentar hacer de esto un lugar mejor.
Precioso. Un beso
di
Me alegras el día, DI. Si este relato es un atajo a la infancia de los lectores, ha valido la pena. Creo que las infancias de todos (salvo, claro, la de quienes la vivieron o viven en el hambre y la esclavitud, como el niño yuntero) son un espacio-tiempo que todos compartimos.
EliminarTienes razón en lo de los pájaros. Al principio era el águila y los búhos lo que me conmocionaba, pero después cobraron presencia los ojillos maliciosos de los pájaros. ¡Uf!
Besos
Me he quedado enganchada a tu relato, a mi propia infancia y al miedo a los ojos de un buitre, atropellado y matado por un camión, que se encontró mi padre y mandó disecar con las alas abiertas. Era muy grande y me asustaba mucho por las noches al irme a dormir. Fue mi abuelo el que me hizo perder el miedo al enorme bicharraco, más grande que yo, por aquel tiempo. Llámale Paco, dale las buenas noches cuando vayas a la cama y él te protegerá.
ResponderEliminarMe lo creí...
Muchas gracias. Ha sido delicioso recordar
Un abrazo
Qué fantástico recuerdo, querida AQUÍ.
EliminarHace no muchos meses, leyendo una novela cuyo título no importa ahora, me di cuenta del vacío que ha producido en mi vida que el último de mis 4 abuelos muriera a poco de cumplir yo dos años.
Es como una ausencia de bondadosa sabiduría. Ese abuelo que te ayudaba a manejarte en la vida, fue una joya. Me hace feliz haberte provodado su recuerdo.
Besos
Que recuerdos me has traido del Valle del Baztán, cuando estuve interno en Lecaroz y salia los Jueves a casa de unos supuestos tios postizos, pero muy buena gente con casa en el campo, vacas ovejas y demás bichos, y un interesante tercer piso donde tenían los quesos de leche de oveja curándose, que ricos, manzanas, pimientos secándose, cebollas,jamones, chorizos y demás productos de matanza, en ese desván pillé mi primera borrachera con vino tinto, no seria la última y eso que lo pasé muy mal, un simple vaso de vino ya me ponía fatal, al cabo de unos años sirvió para curtirme en el arte del bebercio...jajaja
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato.
Salud y abrazo
Creo que fue Susan Sontag quien dijo que el paso del tiempo convierte en "buenas" todas las fotografías, y aquí parece que se cumple. Al fotógrafo le importó más el niño, que sí sale entero, en el lugar privilegiado, la derecha, que el perro, al que no acaba de verse la cola, aunque se adivina. Prácticamente sólo hay tres elementos: el perro, el niño y la puerta de atrás (o una cortina, no lo sé). Gris, blanco y negro. Es la mirada y la cara del niño la que, sobre todo, despierta simpatía, al menos en mí, claro.
ResponderEliminarMe parece un relato montañés (mi mujer nació en el Pirineo y he visto esos animales, y otros, disecados en casa de sus abuelos); me gustan las palabras "mixtos", por cerillas, y Zósimo, que suena muy bien, y que los libros le salven de sus miedos. Me gusta lo que cuentas, que es universal en algún grado, y el cómo lo cuentas, todavía mejor que otras veces, que ya es decir. Mi casi infancia en Zaragoza fue muy diferente, pero creo que entiendo bien lo que cuentas.
Que el único título que nombres sea "La Ilíada" seguramente no es casual. En fin, que me ha gustado mucho.
Un abrazo
¿Conoces "Puerca tierra"?
¿Estuviste interno, GENÍN? Pobretico. Claro que los jueves por la tarde te desquitabas, quien había encontrado a los “tíos postizos” les pagaría bien para que te compensaras de los menús de la época, que debían ser escuálidos para el frío que debía hacer.
ResponderEliminarPues a mí me ha encantado lo que cuentas, lo he visualizado todo e imaginado los efectos del primer vaso de vino tomado a escondidas.
Un abrazo
¡Qué interesante análisis de la foto, JOSÉ LUIS! Esa no era la puerta principal, estaba en un lateral y daba a una habitación de servicio, quizá donde estaba el generador eléctric, que ya estaba roto, o donde se guardaban cosas del campo.
A la profesión de taxidermista no le debía faltar trabajo, pues era el adorno principal de las casas de montaña. Lo de “mixtos” es una palabra de la época; así los llamábamos, y Zósimos conocí a tres; también a mí me parece que suena muy bien. Si fuiste niño de ciudad, te perdiste todo eso, aunque lo has recuperado por tu mujer.
“Puerca tierra” no lo he leído (todavía), aunque he leído muchos textos, ensayísticos y de ficción, de Berger.
Un abrazo
Ahora mismo, este es el relato más chulo de todos los que te he leído. ¡Qué bien suenan las palabras! ¡qué bien colocadas todas! y ¡qué bien te acuerdas de lo que se siente cuando uno es pequeño! Los adultos casi nunca comprenden a los niños porque han olvidado sus sensaciones. Tus nietos tendrán suerte ¡Alguen que sabe contar historias y con quien se puede hablar! ¡Un lujo!
ResponderEliminar(Momento tipográfico impertinete ¿"Aves" no es femenino?)
Estupendo.... me ha encantado.... lo recomendaré....!!!!
ResponderEliminarContinuando con el comentario anterior: la foto me gusta porque el fotógrafo vio la verticalidad de la foto en lugar de su horizontalidad. El perro habría salido entero así, pero el niño habría quedado más diluido. También porque la foto presenta un tipo de amistad, la del niño con el perro, aunque no la hubieras contado creo que se deduce de la foto; también es una exclusión: el perro y yo por un lado, los demás por otro; también me gusta porque en este caso la cabeza del perro no se solapa con el vestido del niño, ni la cabeza del niño con la puerta de atrás. Otras veces sí sucede. En cierta manera es una foto desequilibrada, ya que todo sucede en una franja estrecha, la de la derecha y hacia arriba, mientras al otro lado no hay contrapesos salvo el cuerpo del perro. En conjunto tiene una gran fuerza emotiva, y a estas alturas, cierta nostalgia controlada también. Depende de la edad del que mira y del control, claro. También me parece que la foto es buena por sí misma, independiente del texto. Describir es ver, eso es lo que creo hacer, y lo que me gusta también.
ResponderEliminarPor otro lado creo que tu texto es emotivo, sentimental pero no sentimentaloide, eso tan difícil que consiste en quedarse un paso atrás, el lugar justo. Es un placer ver la inteligencia, del tipo que sea, en acción, en este caso la literaria. La movilidad del perro frente a la inmovilidad de los animales disecados, la amistad y complicidad entre niño y perro, ser consciente de que el mundo de los adultos es otro mundo, al menos de momento, los libros y el miedo...
Fui un niño de pueblo hasta los nueve años, luego de dura ciudad, hasta ahora, una mezcla de ambos. He leído de Berger otros libros, sobre todo los referidos a arte, o a fotografía en concreto, pero "Puerca tierra" trata del modo de ver y sentir la vida desde el punto de vista rural, y en cierta manera tu relato, aunque trata de más cosas, también podría tratar de eso. Hay un documental de Mercedes Álvarez, "El cielo gira" que trata, de manera indirecta, también sobre eso.
Un abrazo
C.S., mi memoria de la infancia y la adolescencia es perfecta. Después, la cosa cambia... ¿quizás porque la vida me fue interesando menos? Cuando mi compañera me venía con preocupaciones por lo que hacía nuestro hijo adolescente, como respuesta recibía carcajadas y un ¿es que te hal olvidado de lo que me dijiste que hacías?
ResponderEliminarLa queja es totalmente pertinente, se produce en un caso, "aves pequeños". Dado que en el resto es usado como femenino. ¡Bien visto!
Besos
¡Caray, PACO! Muchísimas gracias.
JOSÉ LUIS, has hecho un análisis en profundidad de la foto. No se me ocurriría que significa tantas cosas... aunque el hecho de que la haya puesto, cuando no es habitual en mí, de alguna manera significa que "intuía" la relación entre la foto y el texto.
Lo que cuentas del texto (quizá quitando lo de "inteligencia") es la verdad verdadera.
Te aseguro que ese libro de Berger terminaré leyendo. Y si puedo, también el documental de Mercedes Álvarez. No creo que sea casualidad que una parte de las personas inteligentes que conozco tengan ahí sus orígenes.
Un abrazo
Dos cosas,
ResponderEliminarLa foto es espectacular, yo no sé analaizarla como José Luis pero me ha encantado y tú estás igual, la misma media sonrisa y la misma mirada. Igual.
Sobre leer contra el miedo. Cuando yo tenía 9 años, mis padres compraron nuestra casa de Los Molinos. La primera noche en aquella casa, en el cuarto nuevo, no podía dormir. Se oían todos los bichos del prado de al lado, la casa estaba al final del pueblo y alrededor no había más que campo...me daba miedo que entraran bichos en el cuarto. Los dueños anteriores habian dejado la casa con muebles y con libros. Mi habitación estaba llena de cuentos y tebeos....aquella noche los lei todos, creo que fue la primera noche en que vi amanacer...y entonces me quedé dormida.
Lo has contado muy bien.
Pues diría, MOLINOS, que hemos tenido exactamente la misma experiencia, y con el mismo efecto: convertirnos en lectores empecatados. Me hace mucha ilusión.
EliminarCon respecto a José Luis, es un fenómeno de la fotografía. No me atrevería a enseñarle una foto diciendo "mira qué foto tan chula saqué este verano".
Muchos besos
Creo que hace un tiempo, en este blog o en el mío, hablamos con Nán sobre los aspectos sensoriales, emotivos e intelectuales a la hora de analizar una foto. Y la asociación libre, y argumentar las razones. Son los mismos que suelo emplear en música y que me van bien a mí. A otros les interesan otros, normalmente para llegar al mismo sitio. En fin, que es algo que se aprende, igual que a analizar un texto, algo que probablemente, Molinos, haces para aprender a escribir mejor.
ResponderEliminarNán: hay fotos muy chulas de los veranos, hechas con las mismas pretensiones que la mayoría de las que hice en Berlín la semana pasada, o sea, que sirvan de recuerdo del viaje con mi mujer y uno de mis hijos. Nada más ni nada menos. En mi blog pongo las que se salen de eso, aunque poco. Sirve el ejemplo de la literatura que entiendes, que entendéis muy bien. Tus textos, este texto de tu blog, quiere ir, y lo consigue, más allá de la anécdota, al igual que hay fotografías que intentan ser más que una anécdota. En fin, que me enrollo mucho y ya sé que me entendéis los dos.
Un abrazo a cada uno
Por cierto: estoy leyendo "La saga/fuga de J.B." y estoy asombrado, Molinos y Nán.
ResponderEliminarNan, me has traido con tu relato montones de recuerdos de mi infancia, pero el mejor de todos es verme leyendo a mis hermanas pequeñas para quitarles el miedo que pasaban por las noches. Yo era la mayor de las tres y tras unos años internas, volvimos a casa,.Pero los miedos que se nos metieron bajo la piel tardaron mucho tiempo en curarse. Por las noches compartíamos habitación y para que pudieran dormir yo les leía. Novelas de aventuras, de Salgari, de Julio Verne...
ResponderEliminarCreo que tu relato está lleno de sensibilidad porque se siente cada una de las cosas que cuentas.
Me ha parecido emocionante.
Un beso
marisa
Claro que te entiendo, JOSÉ LUIS, pero también es cierto que poco a poco, con tus análisis, voy sabiendo un poquito de fotografía, lo que no me viene nada mal.
ResponderEliminarUff, La saga fuga. Hace añísimos que la leí y me dejó maravillado. Creo que de aquí a que acabe el año se merece una relectura.
Abrazos
¡Ay, MARISA, cuánta gente ha estado en internados! Sitios que no son casa y producen miedo, o soledad.
Elegiste, como hermana mayor, la opción más sabia: las aventuras de los otros rebajan la importancia de lo nuestro y nos curten.
Aunque suene un poco sádico, porque lo que dices indica que te ha traído recuerdos no siempre buenos, me hace feliz haberte emocionado.
Besos
Como ya sabrás, un buen relato lo es cuando despierta emociones y recuerdos en los demás, y, también, como aprendí cuando leí hace tiempo La práctica del relato, cuando se escribe desde la verdad y tú lo has empezado a hacer desde la fotografía.
ResponderEliminarEsta tierna foto es la antesala de todo lo demás como esa estupenda frase sobre la infancia del segundo párrafo y también el anticipo en medio de ese placer de la siesta del insomnio por miedo que ya nos deja preguntándonos ¿a qué?
Ya tocaba que nos deleitaras con un relato de descubrimiento, que tan bien te salen, que últimamente te notaba pelín pesimista. No sin razón por el entorno, claro, pero es bueno dejar huecos para respirar, ¿no crees?
Me ha gustado mucho, a mí también me ha traído recuerdos, más propios de este sur que empieza a ser bastante cálido.
Un abrazo.
Nano, MARAVILLOSO.
ResponderEliminarHe de confesar que se me han escapado unas lagrimillas. Es emotivo hasta el infinito.
De entre el dolor, se escapa un rallito de luz.
Enhorabuena.
P.S.: qué guapo estabas! Preciosa foto!
Tu amiga Yas.
Me ha encantado Nán. He tardado en leerla porque algo en los relatos cortos me da patrás, (y el algo es que me dejan siempre con empacho o con sensación de que he leído una bobada que no dice nada) pero me ha gustado mucho, y no ha sido ni de lejos el caso.
ResponderEliminarA ver, repitición de único en el segundo párrafo. No sé si lo pretendías, ni si acaba agradeciéndose la palabra duplicada, asuntos de estilo no me preocupan, pero si te digo, porque me pasa a mi contínuamente, que cuando quieres encontrar un término que se te escurre de la mente, y por fin das con él, el muy cabrón tiende a enroscarse en muchos más puntos del relato.
El perro me encanta, primero porque es un glorioso perro milrazas, y segundo porque esas patas musculadas y de tarsos cortos, como de caballo cuarterón americano, son gloriosas. Pero coño, lo dejas en la puerta de casa y se pierde del cuento, joío. Yo también tenía un perro así de canelo y glorioso que no era de nadie y siempre me acompañaba cuando era niña. Hasta los seis años.
Las aves tienen los ojos de otra manera a los mamíferos. Como anécdota diré que mi cuñado que es bastante sanguinario se ha aficionado a la cría de gallinas y dice que tienen ojos fríos de asesino. Gilipolleces de mi cuñado. Tienen las pupilas redondas y pequeñas, y los párpados mucho más finos que los mamíferos pero si os gusta darles ese misterio, vosotros mismos :D. Un saludo.
Vaya, de verdad que vuestros comentarios, Isabel, Yas e Ire, me dejan un poco abrumado, con la pregunta ¿de verdad he hecho todo eso?
ResponderEliminarTienes razón, ISABEL, en lo de que un relato funciona si despierta ecos, sentimientos compartidos, en quien lo lee. Cuando compartes lo que los demás han sentido, aunque lo hayan vivido de otra manera. Ni te imaginas el placer que me ha dado que en los comentarios muchos hablaran de su propia vivencia, que era diferente a la de los demás, y de la mía, pero en esencia era la misma. La infancia es un terreno literario peligroso, si cuentas lo inaudito, pero fácil, si cuentas la experiencia de todos.
También te doy la razón en lo de la foto. No suelo usar imágenes, pero esta vez me pareció necesaria, porque me evitaba tediosas descripciones. Y me alegro, de verdad, haber salido un ratito de ese círculo pesimista que describe tan bien la primera voz en off de la peli El crack, la única que me gustó de ese director: “Ando mucho, miro mucho y lo que veo no me gusta nada”.
Besos
¡Qué sorpresa, YAS, tú por aquí! Me gusta tu entusiasmo, pero mucho más que te haya emocionado. Verdaderamente.
Un beso
Otra sorpresa me la has dado tú, IRE. Ya sé que los relatos no son lo tuyo, así que lo agradezco más.
Qué susto me has dado con la repetición de la palabra. Esas cosas horribles pasan, a veces en dos líneas seguidas. Pero he visto que los dos “único” estaban bastante separados. Con todo, me he dado cuenta de que el segundo no aporta ninguna información que afecte al relato, es un adjetivo vacío. Lo dejamos, pues, en pecado venial.
Qué bien dices lo del perro, mil razas y fuerte como un caballo. Te imaginarás lo protegido que me sentía con él, sobre todo porque tú paseabas con uno del mismo tipo. ¡Qué inteligente era, además, el jodío! Tuvo que salirse del relato cuando le tocó, pero te aseguro que en mi memoria sigue estando.
Te veo muy técnica con los ojos de las aves, pero no me vale: dile a tu cuñado que estoy con él al 100%.
Besos
Viajar contigo, con ese chaval, aún sin los zuecos.
ResponderEliminarSiempre estás invitada a cualquier viaje.
EliminarBesos
Los ladridos del perro, las voces de los de abajo, historias de fantasmas a la "luz", no el sonido, de la chimenea. Creo que son las tres referencias explícitas a sonidos. Releo tu escrito de vez en cuando, porque me gusta mucho. El fin de semana estuvimos en Ordesa, y, en algunos momentos, no se oía más que un pájaro, y el zumbido de mis oidos.
ResponderEliminarUn abrazo
El pájaro de Ordesa, sí. Lo ponen los fines de semana.
ResponderEliminarJa, ja, ja, realmente era jueves, lo explotan demasiado.
EliminarCómo me gusta tu interés por los sonidos: me he dado cuenta de que no existen en mis textos, pero tu comentario me hará replanteármelo. ¡¿Cómo he podido renunciar a algo tan vital para fijar la realidad?!
ResponderEliminarVienes poco, Sirwood, pero cuando lo haces das el punto fantástico.
Sirwood y José Luis, sendos abrazos
¿Los jueves también? ¡Joder con la troika y la reforma laboral!
ResponderEliminarVengo bastante a menudo , querido NáN, pero casi siempre me limito a leer. No por nada, sino porque apenas tengo cosas que decir. Por cierto, cada día escribes mejor.
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