Objetivo: el “me acuerdo” como impulso
Mente rigurosamente
vigilada
La memoria
tiene más de excluyente que de selectiva. Caigo en la cuenta de que de mi
padre, que entró en coma y muerte cerebral 9 días después de que cumpliera yo doce
años, solo tengo un recuerdo real, del que puedo fiarme. Es el único que cumple absolutamente mis criterios de
verosimilitud: ha de ser como una imagen de película en la que mis ojos sean la
cámara y, por tanto, la sucesión de imágenes debe verse desde mi altura en ese
momento; además, ha de darse un elemento emocional fuerte que justifique la
razón de que se haya convertido en recuerdo básico. En cuanto a la primera
condición, mi cabeza estaba por debajo de la mesa del comedor, cuya superficie
saliente veo, por el rabillo del ojo, a mayor altura que la mía. Si hay algún
truco de montaje cinematográfico en esa breve secuencia de imágenes en
movimiento, está tan bien hecho que a día de hoy no soy capaz de descubrirlo
Recuerdo: por la tarde, mi padre aparece
ante mí, recién duchado, oliendo bien a colonia y al cigarrillo que fumaba.
Componente emocional: la cámara, es
decir yo, tuvo (tuve) un sentimiento de orgullo de que esa persona fuera mi
padre, de que era bueno que ese ser descomunal, enérgico y que olía bien se
ocupara de mí.
Un recuerdo
real es como un esqueleto. La autenticidad tiene el precio de dejar fuera todo
lo que no haya pasado en esos segundos; pero todos sabemos más del sujeto de
cualquier recuerdo. Es como si pegáramos una foto o una frase en el centro de
un corcho grande y, a continuación, mediante flechas conectadas con otras fotos
o escritos, la convirtiéramos en un diagrama de flujo con todos los detalles e
informaciones pertinentes. Esa imagen que
es el núcleo del recuerdo la entendemos mejor añadiéndole datos ajenos a ella. Algo
que en esos momentos sabíamos de antemano, o que supimos después y los pegamos
junto la imagen original del corcho. Por ejemplo, que se duchaba dos veces al
día, siempre con agua fría: lo que explicaría esa sensación de poder, por las
fricciones en la piel bajo el agua;
por ejemplo que
era realmente alto, como me demostraron fotos que vi mucho después en las que
estaba con otros adultos;
por ejemplo,
que por las tardes tenía un trabajo que le obligaba a compartir una vida social
con los más ricos de la ciudad. Un trabajo que le obligaba a vestir bien;
por ejemplo,
que sus trajes y zapatos eran de la mejor calidad. Llegué a saber que tenía
siete pares de zapatos italianos, para ponerse un par cada día, conservarlos
bien y no comprar zapatos nunca más;
por ejemplo,
que fumaba Craven A, un aromático y picante tabaco inglés que tenía en unas
latas preciosas de color rojo, con un óvalo blanco centrado, horizontal, sobre
el que había un gatito negro. Cada vez que vaciaba una, me la daba. Conservaban
un olor picante a picante y yo guardaba en ellas cromos, chapas con la cara de
deportistas que fijaba con cera licuada, como adorno y para que con el peso añadido
fuera más fácil controlarlas en las carreras por los bordillos de las aceras;
y otros muchos
detalles e informaciones más.
Tengo recuerdos
muy precisos de un trompo girando en un parque, de varios árboles de ese
parque, de un corcho de caña de pescar flotando en el mar, del proceso de
ensartar una lombriz viva en el anzuelo, del rostro y el cuerpo de mis amigos,
de cómo iban vestidos, del contenido del pupitre de madera, cuya tapa se
alzaba, con trozos de pan seco, chapas y libros, de entrar en el mar con una
manzana en la mano cuando mi madre nos llevaba a mi hermana y a mí a la playa a
primera hora de la mañana, luego nos daba la manzana y nos podíamos meter de
nuevo en el mar hasta la cintura; aunque solo veo la manzana, siempre de color
verde claro, y el mar por delante. Pero no tengo de mi padre más que ese
recuerdo fiable; en 12 años y 9 días, período del que habría que descontar mis
dos primeros años. Ahora que me he visto obligado a reconocer ese hecho, debo
añadir que los recuerdos de mi madre, los recuerdos verdaderamente claros, no
son más de tres; que solo tengo uno de la tía que vivía con nosotros y ninguno
de mis hermanos.
He de deducir y
reconocer que los mayores, entre los que contaba a mi hermana, nacida cinco
años antes que yo, fueron radicalmente excluidos de mi vida salvo por razones
utilitarias. No sentía el menor interés por nadie que tuviera más de ocho años;
que estuviera fuera de lo que con los años consideré mi vida épica. Los mayores
no tenían cabida en ella y fueron excluidos, sin que les diera la menor
oportunidad de entrar en mi vida. Tampoco debo deducir de ello que no sintiera
apego por ellos, cariño: una emoción animal de pertenencia mutua. En todo caso,
es difícil evitar la sensación, como un ronroneo en una parte oscura de la
mente, de que mi postura ante los mayores no fuera en realidad la respuesta al
desinterés de ellos por mí.
Tengo un
segundo recuerdo de mi padre, pero sé que en su mayor parte es elaborado. Solo
una acción y un cruce de miradas entre él y yo, en total no más de tres o
cuatro segundos de duración, representa el núcleo de la autenticidad. El
contexto del recuerdo está conformado por lo que debía ser una rutina de los
domingos por la mañana, cuando ya me había vestido para ir a la misa
obligatoria del colegio. Mis padres estaban despiertos, leyendo en la cama.
Ella, en la parte más alejada de la puerta, leía un libro, mientras que él, a
quien ya le habían subido los periódicos del día, los hojeaba. La rutina debía
consistir en que me acercaba a mi madre y le daba un beso de respeto. Después
salía despidiéndome de él con la mano. Pero en esa ocasión concreta, mi padre
me pidió que le diera también un beso y, al inclinarme hacia él, me lo dio en
los labios. Di un respingo, como de asco y, por un instante, nos miramos como
dos seres amedrentados. Fui al colegio y les conté a mis amigos el beso
asqueroso. Cuando volví a casa, mi padre ya había tenido el ataque y se mantuvo
inconsciente hasta que murió días después.
Sé que es algo real,
pero pierde verosimilitud porque a diferencia del primer recuerdo, en el que
estaba clara la distinción entre lo recordado y los elementos añadidos
posteriormente a la foto base en el corcho, en este se introducen en esa
realidad elementos que, obviamente, no le pertenecen, como la frase “nos
miramos como dos seres amedrentados”. Sé que nos miramos un segundo; no fue
hasta muchos años después, recordando los ojos de mi padre de la única ocasión
en que los miré realmente, que supe que en esa mirada hubo un intento de enfrentamiento,
por mi parte, o de transmisión por la suya. Intentos fallidos en los dos casos.
Posiblemente a él le produjo amargura, porque algo le indicaba que el tiempo se
acababa: no hay otro modo de entender ese beso en los labios. A mí, el asco y
repugnancia que expresé a mis amigos nada más llegar al colegio, con su muerte
se convirtió en una culpa: la de no haber logrado en todos esos años que su
camino y el mío se cruzaran algunas veces más.
Pasados más de
50 años, unas operaciones mentales, una búsqueda de mi interior emocional, me
llevaron a reencontrarlo, a luchar con él, a aceptar mi dulce derrota y a
reconocer que, sin que yo me diera cuenta, debió de tenerme cariño.
.
¿fumaba Craven A? ¿había servido al rey de Inglaterra? (Éste ejercicio es el que más me ha gustado)
ResponderEliminarEmpieza a llamarme la atención "lo del taller" que estoy viendo al pasar por aquí. Me ha gustado mucho. Recuerdos, impulsos, análisis. tristezas... Posibilidades en las que no pensaba...
ResponderEliminarSaludos
¡Oh, qué presurosas!
ResponderEliminarY uso el femenino porque ya me he enterado, JONHANCOME, de que eres chica y cocinera. Si voy al restaurante en que trabajas, ¿me harás una ensalada de tomate, cebolla y lechuga, de las de toda la vida, y de segundo unos huevos fritos con patatas? Es que odio la nueva cocina con platos de nombres tan largos como un microrrelato.
Me hace mucha ilusión que alguien me diga que un texto mío le abre posibilidades.
Un abrazo
Piensa más bien, C.S., en las inmensas posibilidades de los que trabajaban en las oficinas de un puerto. Piensa en los bultos grandes que salían por la puerta lateral sin que nadie se "diera cuenta" y en Papá Neptuno que, sin que fuera Navidad, aparecía con una bolsa de regalos pequeños para todos los que trabajaban en el puerto... y supongo que grandes para los jefes. Y más grandes todavía para ciertos políticos que mandaban en la ciudad.
Pues fíjate que a mí me gusta escribir así, pero antes de empezar a leerlo delante de todos planteé que mi mayor duda era si "eso" era un relato. Para mí lo es, pero... reconozco que no lo es según las definiciones clásicas.
Buenas....me ha gustado muchisimo, que.lo sepas.
ResponderEliminarY ya.
Lo demas es superfluo
¡Un puerto! Pero la parida era porque tanto el título como el texto me recordaron a Bohumil Hrabal, un tipo fascinante.
ResponderEliminarY a mí me han encantado que te guste, MOLINOS. Y tienes toda la razón, lo demás es superfluo.
ResponderEliminarBesos
Pensé que lo decías por el tabaco inglés, olvidándome de que el título se lo había "robado" conscientemente a Bohumil Hrabal, y de que tanto ese libro como "Yo serví al Rey de Inglaterra" son una maravilla. Tan centrado estaba en "mi" texto, necio de mí.
Más besos
La ensalada que te gusta se llama LTC, y las patatas me gustan en bocata, con el pan con tomate y unas gotitas de tabasco, "recuerdos" de los mejores.
ResponderEliminarBesos
Que cosas, no era fácil fumar Craven "A" en la España de mi preadolescencia, sin embargo fue el primer "rubio" que medio fumé, entre tos y tos, no fue "Bisonte" como había creído durante años...
ResponderEliminarEl único recuerdo que tengo de mi padre, es subido a sus hombros, en una sidreria de Oviedo, después ya nada, murió a los 26 años, de mi madre poco mas, siempre he sido un huérfano "profesional" desde muy pequeñito...
Salud y abrazo
Supongo que te sería de más utilidad una crítica de los defectos de tu escrito, pero no los veo. Me ha gustado esa especie de "mapa mental" alrededor del padre, y ese profundizar poco a poco, creo.
ResponderEliminarUn abrazo
Un interesante relato y reflexión sobre la memoria, esa traicionera sin la cual no tendríamos apenas existencia. En nuestros recuerdos creo que suele haber más de emocional que de real. Un abrazo, querido amigo.
ResponderEliminarGracias por escribir esto NáN. El poder de un beso en los labios es enorme, por lo menos cuando no lo haces frecuentemente, como era tu caso. Tiene un poder de comunicación como pocos otros gestos sencillos. Qué suerte q te pasara.
ResponderEliminarmuxus
di
Qué maravilla, NáN. Todo, qué maravilla. De verdad.
ResponderEliminarUn abrazo.
Salivo con ese “bocadillo de patatas fritas”, JOHNHAN. Tú sí que sabes lo que es bueno.
ResponderEliminarNo era fácil, GENÍN, pero el trabajo de la tarde (siempre llegaba cuando yo estaba acostado) se lo permitía. “huérfano profesional”, una manera estupenda de describirlo; pero una situación bastante jodida, si tu madre lo siguió pronto.
Hay que tener en cuenta, JOSÉ LUIS, que los relatos del taller L.M. ya los he leído y me han zumbado bien, empezando por la maestra y siguiendo porque todos los participantes se apuntan al bombardeo (y yo al de los relatos de ellos). No me dan soluciones, pero marcan bien todos los errores de estructura, el confusionismo, etc. De manera que es más fácil que el relato esté más limpio.
Pienso lo mismo, ISABEL BARCELÓ. De ahí que lo ponga todo en cuarentena y lo analice. Sin embargo, todo recuerdo emocional, aunque sea un falso recuerdo, es la realidad que nos marca: vivimos basándonos en ellos. Creo que le prestamos poca atención a los dos elementos que más marcan nuestra vida: la memoria emocional y los sueños.
Tardé muchísimos años en entenderlo, DI, pero sin ese “beso” no habría podido reencontrarme con mi padre. Nuestra vida interior, para que sea rica y fecunda, exige reelaboraciones.
Gracias, PORTOROSA. Compartimos maestra, así que ya sabes todo lo que se aprende.
Un abrazo muy fuerte a todos.
Me ha encantado. ¿Ya estás bien?
ResponderEliminarMe veo reflejada en tus recuerdos a través de los míos y la última noche con mi abuelo.
* También les llamo trompo a la peonza. Era yo un artista con el trompo.
Besos y felicidades
Miro a mi padre y los recuerdos se esperan, pacientes, a que les haga la señal para entrar en escena. La sala está vacía aunque la expectación es enorme; el silencio murmura las cosas que ya nunca se dirán. Luego, con un poco de suerte, quedará un poco de ternura y un par de sonrisas cruzadas en el momento justo. Mientras todo esto es un tal vez casi hermoso, él anda a pasitos muy pequeños por un comedor infinito, un comedor con cuatro horizontes y la sombra de un viaje vulgar y fascinante, quieto y circular, agazapada bajo la mesa.
ResponderEliminarA veces me da por pensar que un padre es ese dios en zapatillas al que tanto cuesta perdonarle aquello de lo que nadie es culpable.
Hermosa forma de decir tienes, Nàn, las cosas que dices.
ay, qué raro es escuchártelo leer, leerlo, parlotear infinito y luego que lo des a luz aquí
ResponderEliminarme gustó y me gusta muchísimo
esos relatos que, desprevenido, te cogen por banda y dan un escalofrío
esos
cuentos
Estoy seguro, AQUÍ de que ayer, viernes por la tarde, me curé. Al menos iba por la casa haciendo el idiota, que es un buen síntoma. Que suelte tus recuerdos, es un buen síntoma de la escritura. (ahora sería incapaz de lanzar el trompo sin herir a alguien, qué cosas tiene el paso del tiempo).
ResponderEliminarBesos
Pues anda que tú, JOSEP, me has dado un micro excelente y convincente. Debes publicarlo como autónomo en tu blog.
Besos
Hola AROA, Cina, qué bueno lo que me dices.
Besos
A mí esta forma de nombrar los recuerdos es la que me gusta, si algún día busco en mi baul te recordaré.
ResponderEliminarEs algo tan personal el recuerdo, que sin gustarme mirar atrás ni en mí ni en otros, cuando he leído también el de Josep, tan personal y diferente, me he dicho: así sí porque lo estupendo de escribir es tener arte como el vuestro para sacarse los cánones de encima.
Abrazos
Gracias de parte de Josep y de la mía, ISABEL. Desde luego que hay que sacarse los cánones de encima... pero para eso primero hay que conocerlos bien: ahí está el truco.
ResponderEliminarY es tan chulo de vez en cuándo mirar atrás y analizarlo bien.
Besos
NáN, una consulta: ¿por qué empiezo de Franzen? ¿Relatos, Las correcciones o Libertad?
ResponderEliminarGracias, chico.
La gran obra es "Las correcciones". Fácilmente comprensible y genial.
ResponderEliminarMerci bien.
ResponderEliminar(Moli me ha contestado lo mismo)
Estupendo antes y después.
ResponderEliminarQué bien todo. Qué bien lo pasamos.
(Me encanta la foto.)
Bueno, rico y sabroso.
ResponderEliminarGracias, MAESTRA LARA. Cuánto estoy aprendiendo.
ResponderEliminarY al menos yo, me lo paso podre.
Besos
Gracias, ANÓNIMO, casi tan buena, rica y sabrosa como mi carne guisada.
Más besos.
Querido NáN,
ResponderEliminarqué bellísima forma de contarlo. No sólo el contenido que ya de por sí es inquietante, sino la forma, el desarrollo, el orden, el ritmo...
Ya hemos hablado en ocasiones con vinos y sin vinos de esos recuerdos que llaman tan inquisitivamente a nuestra memoria; que nos hacen dudar y que luego podemos, con pruebas que para nosotros son definitorias, demostrar que nuestra memoria no nos engaña. Es como si no nos fiasemos, o no quisieremos fiarnos, de ese otro que habita en nosotros.
Leyendo esa espléndida minuciosidad con la que los detallas los recuerdos de tu padre me ha venido a la cabeza un fogonazo: Recuerdos encubridores: recuerdos infantiles que se caracteriza a la vez por su singular nitidez y la aparente Insignificancia de su contenido. Su análisis conduce al descubrimiento de experiencias infantiles Importantes y de fantasías Inconscientes. Al Igual que el síntoma, el recuerdo encubridor constituye una formación de compromiso entre los elementos reprimidos y la defensa.
Mi querido amigo, qué gustazo es leerte, cómo nos enganchas y cómo quiero que me sigas enganchando.
Felicidades también a Lara
Un abrazo a todos
Querida PARALELO, está muy bien que rescates ese nombre. Estoy muy de acuerdo en lo que dice el texto que has puesto sobre los recuerdos verdaderos: "singular nitidez y aparente insignificancia". Son las "mociones" del momento las que tienden a embrollar la memoria.
ResponderEliminarGracias por todo lo que me dices y por extenderlo también a Lara.
Besos
Una historia bellísima, Nano. Con ese beso entre hombres que deja de ser incomprensible cuando se entiende cargado de sentimiento: no solo de despedida sino también de declaración de amor. Más verdadero que cualquier otro rutinario.
ResponderEliminarY ese punto de vista de niño esquivo y a un tiempo profundamente atento, pese a su impostado caparazón de dureza. O precisamente por él. Un abrazo grande y chico para los dos
Lo has visto muy bien, GEMMA: impostado. Si no existiesen las "artes", no podríamos transmitir esas imposturas con la realidad que tratan de ocultar. Nuestra percepción sería plana.
ResponderEliminarRecibimos los dos, y devolvemos ampliados, cada uno su abrazo.