“Lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar”. Proverbio chino.

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“Si a alguien le indigna más ver un contenedor ardiendo que una persona comiendo de él, tiene que revisar sus valores”

Sobre los poderes de siempre y los emergentes: "“No nos parece mal que nos muerda un lobo, pero a todo el mundo le saca de quicio que le muerda una oveja". Ulises de Joyce, Cap. 16




jueves, 1 de noviembre de 2012

Ejercicio taller L.M. del 30_10_12



Objetivo: el “me acuerdo” como impulso


Mente rigurosamente vigilada
La memoria tiene más de excluyente que de selectiva. Caigo en la cuenta de que de mi padre, que entró en coma y muerte cerebral 9 días después de que cumpliera yo doce años, solo tengo un recuerdo real, del que puedo fiarme. Es el único que  cumple absolutamente mis criterios de verosimilitud: ha de ser como una imagen de película en la que mis ojos sean la cámara y, por tanto, la sucesión de imágenes debe verse desde mi altura en ese momento; además, ha de darse un elemento emocional fuerte que justifique la razón de que se haya convertido en recuerdo básico. En cuanto a la primera condición, mi cabeza estaba por debajo de la mesa del comedor, cuya superficie saliente veo, por el rabillo del ojo, a mayor altura que la mía. Si hay algún truco de montaje cinematográfico en esa breve secuencia de imágenes en movimiento, está tan bien hecho que a día de hoy no soy capaz de descubrirlo

Recuerdo: por la tarde, mi padre aparece ante mí, recién duchado, oliendo bien a colonia y al cigarrillo que fumaba.
Componente emocional: la cámara, es decir yo, tuvo (tuve) un sentimiento de orgullo de que esa persona fuera mi padre, de que era bueno que ese ser descomunal, enérgico y que olía bien se ocupara de mí.

Un recuerdo real es como un esqueleto. La autenticidad tiene el precio de dejar fuera todo lo que no haya pasado en esos segundos; pero todos sabemos más del sujeto de cualquier recuerdo. Es como si pegáramos una foto o una frase en el centro de un corcho grande y, a continuación, mediante flechas conectadas con otras fotos o escritos, la convirtiéramos en un diagrama de flujo con todos los detalles e informaciones pertinentes.  Esa imagen que es el núcleo del recuerdo la entendemos mejor añadiéndole datos ajenos a ella. Algo que en esos momentos sabíamos de antemano, o que supimos después y los pegamos junto la imagen original del corcho. Por ejemplo, que se duchaba dos veces al día, siempre con agua fría: lo que explicaría esa sensación de poder, por las fricciones en la piel bajo el agua;
por ejemplo que era realmente alto, como me demostraron fotos que vi mucho después en las que estaba con otros adultos;
por ejemplo, que por las tardes tenía un trabajo que le obligaba a compartir una vida social con los más ricos de la ciudad. Un trabajo que le obligaba a vestir bien;
por ejemplo, que sus trajes y zapatos eran de la mejor calidad. Llegué a saber que tenía siete pares de zapatos italianos, para ponerse un par cada día, conservarlos bien y no comprar zapatos nunca más;
por ejemplo, que fumaba Craven A, un aromático y picante tabaco inglés que tenía en unas latas preciosas de color rojo, con un óvalo blanco centrado, horizontal, sobre el que había un gatito negro. Cada vez que vaciaba una, me la daba. Conservaban un olor picante a picante y yo guardaba en ellas cromos, chapas con la cara de deportistas que fijaba con cera licuada, como adorno y para que con el peso añadido fuera más fácil controlarlas en las carreras por los bordillos de las aceras;
y otros muchos detalles e informaciones más.

Tengo recuerdos muy precisos de un trompo girando en un parque, de varios árboles de ese parque, de un corcho de caña de pescar flotando en el mar, del proceso de ensartar una lombriz viva en el anzuelo, del rostro y el cuerpo de mis amigos, de cómo iban vestidos, del contenido del pupitre de madera, cuya tapa se alzaba, con trozos de pan seco, chapas y libros, de entrar en el mar con una manzana en la mano cuando mi madre nos llevaba a mi hermana y a mí a la playa a primera hora de la mañana, luego nos daba la manzana y nos podíamos meter de nuevo en el mar hasta la cintura; aunque solo veo la manzana, siempre de color verde claro, y el mar por delante. Pero no tengo de mi padre más que ese recuerdo fiable; en 12 años y 9 días, período del que habría que descontar mis dos primeros años. Ahora que me he visto obligado a reconocer ese hecho, debo añadir que los recuerdos de mi madre, los recuerdos verdaderamente claros, no son más de tres; que solo tengo uno de la tía que vivía con nosotros y ninguno de mis hermanos.
He de deducir y reconocer que los mayores, entre los que contaba a mi hermana, nacida cinco años antes que yo, fueron radicalmente excluidos de mi vida salvo por razones utilitarias. No sentía el menor interés por nadie que tuviera más de ocho años; que estuviera fuera de lo que con los años consideré mi vida épica. Los mayores no tenían cabida en ella y fueron excluidos, sin que les diera la menor oportunidad de entrar en mi vida. Tampoco debo deducir de ello que no sintiera apego por ellos, cariño: una emoción animal de pertenencia mutua. En todo caso, es difícil evitar la sensación, como un ronroneo en una parte oscura de la mente, de que mi postura ante los mayores no fuera en realidad la respuesta al desinterés de ellos por mí.

Tengo un segundo recuerdo de mi padre, pero sé que en su mayor parte es elaborado. Solo una acción y un cruce de miradas entre él y yo, en total no más de tres o cuatro segundos de duración, representa el núcleo de la autenticidad. El contexto del recuerdo está conformado por lo que debía ser una rutina de los domingos por la mañana, cuando ya me había vestido para ir a la misa obligatoria del colegio. Mis padres estaban despiertos, leyendo en la cama. Ella, en la parte más alejada de la puerta, leía un libro, mientras que él, a quien ya le habían subido los periódicos del día, los hojeaba. La rutina debía consistir en que me acercaba a mi madre y le daba un beso de respeto. Después salía despidiéndome de él con la mano. Pero en esa ocasión concreta, mi padre me pidió que le diera también un beso y, al inclinarme hacia él, me lo dio en los labios. Di un respingo, como de asco y, por un instante, nos miramos como dos seres amedrentados. Fui al colegio y les conté a mis amigos el beso asqueroso. Cuando volví a casa, mi padre ya había tenido el ataque y se mantuvo inconsciente hasta que murió días después.
Sé que es algo real, pero pierde verosimilitud porque a diferencia del primer recuerdo, en el que estaba clara la distinción entre lo recordado y los elementos añadidos posteriormente a la foto base en el corcho, en este se introducen en esa realidad elementos que, obviamente, no le pertenecen, como la frase “nos miramos como dos seres amedrentados”. Sé que nos miramos un segundo; no fue hasta muchos años después, recordando los ojos de mi padre de la única ocasión en que los miré realmente, que supe que en esa mirada hubo un intento de enfrentamiento, por mi parte, o de transmisión por la suya. Intentos fallidos en los dos casos. Posiblemente a él le produjo amargura, porque algo le indicaba que el tiempo se acababa: no hay otro modo de entender ese beso en los labios. A mí, el asco y repugnancia que expresé a mis amigos nada más llegar al colegio, con su muerte se convirtió en una culpa: la de no haber logrado en todos esos años que su camino y el mío se cruzaran algunas veces más.
Pasados más de 50 años, unas operaciones mentales, una búsqueda de mi interior emocional, me llevaron a reencontrarlo, a luchar con él, a aceptar mi dulce derrota y a reconocer que, sin que yo me diera cuenta, debió de tenerme cariño.


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29 comentarios:

  1. ¿fumaba Craven A? ¿había servido al rey de Inglaterra? (Éste ejercicio es el que más me ha gustado)

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  2. Empieza a llamarme la atención "lo del taller" que estoy viendo al pasar por aquí. Me ha gustado mucho. Recuerdos, impulsos, análisis. tristezas... Posibilidades en las que no pensaba...

    Saludos

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  3. ¡Oh, qué presurosas!

    Y uso el femenino porque ya me he enterado, JONHANCOME, de que eres chica y cocinera. Si voy al restaurante en que trabajas, ¿me harás una ensalada de tomate, cebolla y lechuga, de las de toda la vida, y de segundo unos huevos fritos con patatas? Es que odio la nueva cocina con platos de nombres tan largos como un microrrelato.

    Me hace mucha ilusión que alguien me diga que un texto mío le abre posibilidades.

    Un abrazo

    Piensa más bien, C.S., en las inmensas posibilidades de los que trabajaban en las oficinas de un puerto. Piensa en los bultos grandes que salían por la puerta lateral sin que nadie se "diera cuenta" y en Papá Neptuno que, sin que fuera Navidad, aparecía con una bolsa de regalos pequeños para todos los que trabajaban en el puerto... y supongo que grandes para los jefes. Y más grandes todavía para ciertos políticos que mandaban en la ciudad.

    Pues fíjate que a mí me gusta escribir así, pero antes de empezar a leerlo delante de todos planteé que mi mayor duda era si "eso" era un relato. Para mí lo es, pero... reconozco que no lo es según las definiciones clásicas.

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  4. Buenas....me ha gustado muchisimo, que.lo sepas.

    Y ya.

    Lo demas es superfluo

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  5. ¡Un puerto! Pero la parida era porque tanto el título como el texto me recordaron a Bohumil Hrabal, un tipo fascinante.

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  6. Y a mí me han encantado que te guste, MOLINOS. Y tienes toda la razón, lo demás es superfluo.

    Besos

    Pensé que lo decías por el tabaco inglés, olvidándome de que el título se lo había "robado" conscientemente a Bohumil Hrabal, y de que tanto ese libro como "Yo serví al Rey de Inglaterra" son una maravilla. Tan centrado estaba en "mi" texto, necio de mí.

    Más besos

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  7. La ensalada que te gusta se llama LTC, y las patatas me gustan en bocata, con el pan con tomate y unas gotitas de tabasco, "recuerdos" de los mejores.

    Besos

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  8. Que cosas, no era fácil fumar Craven "A" en la España de mi preadolescencia, sin embargo fue el primer "rubio" que medio fumé, entre tos y tos, no fue "Bisonte" como había creído durante años...
    El único recuerdo que tengo de mi padre, es subido a sus hombros, en una sidreria de Oviedo, después ya nada, murió a los 26 años, de mi madre poco mas, siempre he sido un huérfano "profesional" desde muy pequeñito...
    Salud y abrazo

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  9. Supongo que te sería de más utilidad una crítica de los defectos de tu escrito, pero no los veo. Me ha gustado esa especie de "mapa mental" alrededor del padre, y ese profundizar poco a poco, creo.

    Un abrazo

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  10. Un interesante relato y reflexión sobre la memoria, esa traicionera sin la cual no tendríamos apenas existencia. En nuestros recuerdos creo que suele haber más de emocional que de real. Un abrazo, querido amigo.

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  11. Gracias por escribir esto NáN. El poder de un beso en los labios es enorme, por lo menos cuando no lo haces frecuentemente, como era tu caso. Tiene un poder de comunicación como pocos otros gestos sencillos. Qué suerte q te pasara.

    muxus

    di

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  12. Qué maravilla, NáN. Todo, qué maravilla. De verdad.

    Un abrazo.

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  13. Salivo con ese “bocadillo de patatas fritas”, JOHNHAN. Tú sí que sabes lo que es bueno.

    No era fácil, GENÍN, pero el trabajo de la tarde (siempre llegaba cuando yo estaba acostado) se lo permitía. “huérfano profesional”, una manera estupenda de describirlo; pero una situación bastante jodida, si tu madre lo siguió pronto.

    Hay que tener en cuenta, JOSÉ LUIS, que los relatos del taller L.M. ya los he leído y me han zumbado bien, empezando por la maestra y siguiendo porque todos los participantes se apuntan al bombardeo (y yo al de los relatos de ellos). No me dan soluciones, pero marcan bien todos los errores de estructura, el confusionismo, etc. De manera que es más fácil que el relato esté más limpio.

    Pienso lo mismo, ISABEL BARCELÓ. De ahí que lo ponga todo en cuarentena y lo analice. Sin embargo, todo recuerdo emocional, aunque sea un falso recuerdo, es la realidad que nos marca: vivimos basándonos en ellos. Creo que le prestamos poca atención a los dos elementos que más marcan nuestra vida: la memoria emocional y los sueños.

    Tardé muchísimos años en entenderlo, DI, pero sin ese “beso” no habría podido reencontrarme con mi padre. Nuestra vida interior, para que sea rica y fecunda, exige reelaboraciones.

    Gracias, PORTOROSA. Compartimos maestra, así que ya sabes todo lo que se aprende.

    Un abrazo muy fuerte a todos.

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  14. Me ha encantado. ¿Ya estás bien?

    Me veo reflejada en tus recuerdos a través de los míos y la última noche con mi abuelo.

    * También les llamo trompo a la peonza. Era yo un artista con el trompo.

    Besos y felicidades

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  15. Miro a mi padre y los recuerdos se esperan, pacientes, a que les haga la señal para entrar en escena. La sala está vacía aunque la expectación es enorme; el silencio murmura las cosas que ya nunca se dirán. Luego, con un poco de suerte, quedará un poco de ternura y un par de sonrisas cruzadas en el momento justo. Mientras todo esto es un tal vez casi hermoso, él anda a pasitos muy pequeños por un comedor infinito, un comedor con cuatro horizontes y la sombra de un viaje vulgar y fascinante, quieto y circular, agazapada bajo la mesa.

    A veces me da por pensar que un padre es ese dios en zapatillas al que tanto cuesta perdonarle aquello de lo que nadie es culpable.

    Hermosa forma de decir tienes, Nàn, las cosas que dices.

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  16. ay, qué raro es escuchártelo leer, leerlo, parlotear infinito y luego que lo des a luz aquí

    me gustó y me gusta muchísimo

    esos relatos que, desprevenido, te cogen por banda y dan un escalofrío

    esos
    cuentos

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  17. Estoy seguro, AQUÍ de que ayer, viernes por la tarde, me curé. Al menos iba por la casa haciendo el idiota, que es un buen síntoma. Que suelte tus recuerdos, es un buen síntoma de la escritura. (ahora sería incapaz de lanzar el trompo sin herir a alguien, qué cosas tiene el paso del tiempo).

    Besos

    Pues anda que tú, JOSEP, me has dado un micro excelente y convincente. Debes publicarlo como autónomo en tu blog.

    Besos

    Hola AROA, Cina, qué bueno lo que me dices.

    Besos

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  18. A mí esta forma de nombrar los recuerdos es la que me gusta, si algún día busco en mi baul te recordaré.
    Es algo tan personal el recuerdo, que sin gustarme mirar atrás ni en mí ni en otros, cuando he leído también el de Josep, tan personal y diferente, me he dicho: así sí porque lo estupendo de escribir es tener arte como el vuestro para sacarse los cánones de encima.

    Abrazos

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  19. Gracias de parte de Josep y de la mía, ISABEL. Desde luego que hay que sacarse los cánones de encima... pero para eso primero hay que conocerlos bien: ahí está el truco.

    Y es tan chulo de vez en cuándo mirar atrás y analizarlo bien.

    Besos

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  20. NáN, una consulta: ¿por qué empiezo de Franzen? ¿Relatos, Las correcciones o Libertad?

    Gracias, chico.

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  21. La gran obra es "Las correcciones". Fácilmente comprensible y genial.

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  22. Merci bien.
    (Moli me ha contestado lo mismo)

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  23. Estupendo antes y después.
    Qué bien todo. Qué bien lo pasamos.
    (Me encanta la foto.)

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  24. Bueno, rico y sabroso.

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  25. Gracias, MAESTRA LARA. Cuánto estoy aprendiendo.

    Y al menos yo, me lo paso podre.

    Besos

    Gracias, ANÓNIMO, casi tan buena, rica y sabrosa como mi carne guisada.

    Más besos.

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  26. Querido NáN,

    qué bellísima forma de contarlo. No sólo el contenido que ya de por sí es inquietante, sino la forma, el desarrollo, el orden, el ritmo...

    Ya hemos hablado en ocasiones con vinos y sin vinos de esos recuerdos que llaman tan inquisitivamente a nuestra memoria; que nos hacen dudar y que luego podemos, con pruebas que para nosotros son definitorias, demostrar que nuestra memoria no nos engaña. Es como si no nos fiasemos, o no quisieremos fiarnos, de ese otro que habita en nosotros.

    Leyendo esa espléndida minuciosidad con la que los detallas los recuerdos de tu padre me ha venido a la cabeza un fogonazo: Recuerdos encubridores: recuerdos infantiles que se caracteriza a la vez por su singular nitidez y la aparente Insignificancia de su contenido. Su análisis conduce al descubrimiento de experiencias infantiles Importantes y de fantasías Inconscientes. Al Igual que el síntoma, el recuerdo encubridor constituye una formación de compromiso entre los elementos reprimidos y la defensa.

    Mi querido amigo, qué gustazo es leerte, cómo nos enganchas y cómo quiero que me sigas enganchando.

    Felicidades también a Lara

    Un abrazo a todos

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  27. Querida PARALELO, está muy bien que rescates ese nombre. Estoy muy de acuerdo en lo que dice el texto que has puesto sobre los recuerdos verdaderos: "singular nitidez y aparente insignificancia". Son las "mociones" del momento las que tienden a embrollar la memoria.

    Gracias por todo lo que me dices y por extenderlo también a Lara.

    Besos

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  28. Una historia bellísima, Nano. Con ese beso entre hombres que deja de ser incomprensible cuando se entiende cargado de sentimiento: no solo de despedida sino también de declaración de amor. Más verdadero que cualquier otro rutinario.
    Y ese punto de vista de niño esquivo y a un tiempo profundamente atento, pese a su impostado caparazón de dureza. O precisamente por él. Un abrazo grande y chico para los dos

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  29. Lo has visto muy bien, GEMMA: impostado. Si no existiesen las "artes", no podríamos transmitir esas imposturas con la realidad que tratan de ocultar. Nuestra percepción sería plana.

    Recibimos los dos, y devolvemos ampliados, cada uno su abrazo.

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