“Lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar”. Proverbio chino.

NO PODEMOS RESOLVER PROBLEMAS PENSANDO COMO CUANDO LOS CREAMOS. Albert Einstein

“Si a alguien le indigna más ver un contenedor ardiendo que una persona comiendo de él, tiene que revisar sus valores”

Sobre los poderes de siempre y los emergentes: "“No nos parece mal que nos muerda un lobo, pero a todo el mundo le saca de quicio que le muerda una oveja". Ulises de Joyce, Cap. 16




domingo, 17 de enero de 2016

Brendan Beham: Aspectos de una biografía caníbal (por Fernando Clemot)




Cuanto más viejo me hago más entiendo lo que me decía mi abuela.
—¿Sabes la diferencia entre formar parte de la República de Irlanda y ser parte del Imperio Británico?— preguntaba ella.
—No —respondí yo—. ¿Cuál es?
—Que te van a mandar la orden de desalojo escrita en irlandés, junto a un arpa, en lugar de una en inglés junto al león y el unicornio.
Brendan Behan: Memorias de un rebelde irlandés.

No sabía quién era este autor hasta que leí en Quimera, en el nº 385 (diciembre de 2015), un artículo de Fernando Clemot sobre él.

La noche que nació, su padre estaba en la cárcel. Cuando Beham era todavía muy joven fue condenado a tres años de cárcel. Al poco de salir, se metió en otro lío y fue condenado a catorce años, que cumplió en gran parte, cambiándole lo que faltaba por una orden de deportación a Francia.

En los años de cárcel leyó todo lo que tenía a su alcance y se hizo escritor. En los de deportación, enfermó de diabetes y alcoholismo, lo que le llevó a una muerte temprana (Dublín, 1923-1964). Famosísimo en Irlanda por sus escritos y, entre las clases bajas, por las anécdotas de bar que se contaban sobre él.

El extracto que he puesto revela la valoración que hizo de haber perdido la juventud y la vida por la Causa. Su abuela supo valorar bien, para él, las causas nacionalistas. Otra cosa distinta sería un país en el que te desalojan de tu casa y otro en el que no es posible dejarte con los muebles en la calle. (Esto último es mi opinión o creencia).


jueves, 17 de diciembre de 2015

Taller Bremen: narración en primera persona



Ante los que os habéis reído de mí, deshago la mentira

Vecinos, familiares, conocidos: un pudor que ahora reconozco estúpido me impidió enfrentarme al infundio que de mí se dijo, desenmascarando al culpable cuando debí hacerlo y achacándoselo a él. Entonces yo era una presa fácil ante el ser abyecto que lo lanzó. La vida, que aborrecía y aborrezco, me hacía preferir la huida constante; además, moralmente escrupuloso como era en ese tiempo, no quería cargar a ese ser la ignominia que se merecía y que él había lanzado sobre mí.
Creo que peco de grandilocuente y vacío de contenido al culpar a “la vida”, por no mencionar que esa acusación era la que, con fundamento y realismo, hacía yo a la mayoría de las personas que forman la sociedad: la de expresarse con grandilocuencia y sin el menor sentido. La vida la forman también todos los elementos de la naturaleza y no podemos culpar a una serpiente que nos muerda si vamos descalzos por la selva, ni a una tormenta con rayos que caiga sobre un bosque al que hemos ido a pasear. En cambio, sí podemos acusar a la mayoría de las personas por el modo superficial, cursi e inoperante con el que usan el lenguaje.
Y eso, criticar el vacío de los pensamientos que expresaban los que me rodeaban, o decían desde los medios de comunicación, es lo que empecé a hacer, más con desdén que con justificada indignación —nunca he dicho que yo haya sido o sea una buena persona que pretende conducirse con moralidad—, con prácticamente todo lo  que decían los demás. Incluso a mi compañera, poseedora de un alto nivel de bondad, que es una de las cualidades más elevadas de la inteligencia, la atacaba despiadadamente. No podía evitarlo, a pesar del dolor que criticarla me causaba. Lo único que podía hacer era obligarme a un silencio casi continuo: si lo que vas a decirle es desagradable, es mejor que calles, me repetía a mí mismo.
Y fui callando, hasta que convivir conmigo se convirtió en una hazaña insoportable. Había cortado la relación mediante palabras con todos y, al final, lo hice también con ella. La única relación que nos unía era ya solamente física, pues seguí recorriendo con los labios y la lengua, interminablemente, sus muslos kilométricos. Por esa costumbre, que tan placentera era para los dos, me llamaba a veces “mi caracol”. Era un apodo íntimo, aunque a veces, en momentos afectuosos, se le debió escapar fuera de la casa. He pensado si eso fue escuchado por oídos inconvenientes, que alteraron el apelativo y fortalecieron la ignominia que había caído sobre mí. Es probable, aunque imposible estar seguro.
El caso es que mi presencia la hacía sufrir y alquilé una buhardilla en la que aislarme. No te cabrán apenas libros, me dijo, preocupándose todavía por mí, a lo que le contesté que ya no los leía, que podía quedárselos todos. Y es que fui dejando de leerlos, de ir al cine o al teatro, de ver exposiciones. Al irme a la buhardilla, el abandono fue absoluto. Desde entonces solo leo revistas de literatura, cine, teatro y arte, con críticas y reseñas. A partir de ahí, acostado, rehago y me cuento los libros, creo las películas y representaciones teatrales, veo las obras de arte: todo a mi placer. Cuando he leído todas las revistas que me interesan en las bibliotecas públicas, compro las restantes. Me gusta esta vida en la que he mediatizado los originales.

Pero aunque me guste, sé que es poco atractiva, que resulto repugnante; lo que sucede es que no me importa. Lo que no estoy dispuesto a aceptar por más tiempo es el bulo que mi padre lanzó públicamente sobre mí, contando por todas partes que había visto, aterrado, mi transformación. Lo afirmo y aseguro: no soy yo quien se ha convertido en un escarabajo. Tuve que ver con mis ojos, con un desagrado que me provocaba arcadas, cómo él, el padre que me ha acusado de lo que a él le sucedía, desplegaba en su casa la nueva forma de escarabajo en la que se ha convertido, arrastrando bolas de suciedad con sus patas, aterradoras por el tamaño. Qué astuto, cruel, maligno ha sido al desviar la atención de su metamorfosis acusando de ésta al más débil de sus hijos. Sabed, los que me leéis, que esa fue la mentira lanzada por el más desagradable y asqueroso de los padres.



viernes, 11 de diciembre de 2015

Actualización de Globalízate en diciembre de 2015




George Monbiot


¿Qué es lo que han aprendido los gobiernos de la crisis financiera? Podría escribir una columna explicándolo. O podría hacer lo mismo con una sola palabra. Nada.


Gonzalo Andrade



Un estudio reciente confirma que la masa de hielo del casquete polar antártico ha aumentado durante las últimas décadas, sin embargo, dicho aumento no ha sido generalizado, y no hay garantías de que vaya a seguir produciéndose.


Pepe Cáceres

Ahora que se están produciendo las negociaciones vinculadas a la cumbre del clima (COP-21), conviene recordar el efecto de la actividad humana sobre el clima del planeta.


Globalízate

Decenas de miles de personas en todo el mundo se han manifestado hoy para exigir a los gobiernos medidas efectivas en la próxima cumbre del clima para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que provocan el calentamiento del planeta.


Ivanka Puigdueta Bartolomé y Alberto Sanz-Cobeña



La solución del problema climático es necesaria para generar estabilidad en diferentes lugares del planeta y, a escala global, supondría una vía para acabar con la pobreza y las desigualdades.


Met Office



Esto representa un hito importante de la influencia humana en el calentamiento.














miércoles, 2 de diciembre de 2015

Taller Bremen: sobre lo fácil


A veces relaja que el destino sea azaroso

El corto tramo de incorporación a la autovía desde la gasolinera se terminaba y un coche venía lento por el carril derecho, sin señales de desviarse al izquierdo para dejar que me incorporara con seguridad. Dudé de la velocidad del coche lento y frené, perdiendo la oportunidad de incorporarme. Pasó, a mucha menos velocidad de la que le había supuesto; tan reducida que, de no haber dudado, habría podido salir. Pero ya era demasiado tarde. Estaba frenada al final del tramo de incorporación; tendría que acelerar desde 0 km por hora. El coche lento que pasó sin abandonar su carril iba conducido por un viejo que miraba fijamente al frente. Noté que aferraba el volante con las dos manos. El viejo era incapaz de salirse de su camino, de interactuar con los otros, de hacer un favor. Hijo de puta, pensé, cabrón. Seguí pensando insultos e imaginando las maldades que le haría si pudiera.  Me he quedado con tu cara. Si en una calle solitaria viera que te iban a atracar, seguiría mi camino sin avisarte, cabrón. No les ayudaría a darte de hostias porque soy buena persona. Tuve tiempo para pensar eso y más, porque durante un minuto largo las dos vías se ocuparon con coches y camiones. No podría salir hasta que dejaran de pasar. Que no me pitaran los dos coches que se habían puesto detrás de mí era la prueba de que no podía hacer otra cosa que quedarme detenida allí. Por culpa del viejo, que iba a una velocidad tan lenta que debería estar prohibida; tan lenta que no pudo imaginarla e introducirla en sus cálculos: soy un estorbo para la vida que fluye, si me paso al carril de la izquierda ese coche no necesitará quedarse ahí, esperando que yo pase. Viejo cabrón, ¿por qué no te mueres o te quedas en tu casa?
—¿Te has dado cuenta de que te estás convirtiendo en un camionero mal hablado, hipertrofiado por la mala leche y el miedo, cuando eres una tía que acaba de cumplir 35 años?
—Y tú, ¿te has dado cuenta de que la historia no había terminado? Dos kilómetros más allá me detuve, porque se había producido un accidente múltiple. Tenía ocho o diez vehículos por delante. Frente a ellos, un infierno de humo y coches retorcidos. El primero de ellos, el del viejo, parado a cien metros del accidente. El único que ni siquiera intentó ayudar.
—Ah, lo que me quieres contar es que gracias al viejo no te viste envuelta en el accidente. Que de no ser por él hasta podrías haberte visto metida en él.
—Que te calles hasta que termine. Primero, el tipo se llama El Puto Viejo. Pero, ¿por qué eres tan pesimista? ¿No se te ocurre pensar que si él no me hubiera detenido habría estado ya por delante del accidente, sin tener que presenciarlo todo, y habría llegado a mi hora a la cita. Con una propuesta de trabajo decente, no con la muerte. Una cita a la que llegué tan tarde y tan alterada que fue como si no hubiera ido.
—Por culpa del viejo, ¿no?
—Del Puto Viejo de los Cojones, para ser exactos.
—Pues, tal como yo lo veo, es posible que le debas la vida al Anciano Adorable Enviado por un Ángel para que me puedas estar contando esto.
—Cómo se nota que tienes un trabajo a la medida de tu preparación, que es estable y que te pagan bien. Yo, en los meses mejores, me saco 700 euros como teleoperadora de La Gran Mierda a Su Servicio. Para ti todo es tan fácil.
—Y para ti no es terrible como presumes. Compartimos todo. En conjunto nos arreglamos bien, tú y yo.
—A lo mejor tú y yo nos apañamos, pero en el paquete real general no cuentan ni mi doctorado de cuatro años ni el carísimo Máster de dos. El paquete entero apesta.
—Y la culpa es del viejo, ¿no?
—Del Puto Viejo Cabrón, sí. Es lo que estoy intentando contarte. Que la aparición de su coche a siete kilómetros por hora pudo ser la causa de que mi azar, un azar que por una vez a lo mejor pudo ser favorable, se fuera al carajo.
—Que sigas viva, sin un rasguño en el cuerpo ni en la carrocería, no te lleva a pensar en el destino.
—El destino es cosa de los cuarentones acomodados como tú. Los pobres estamos en manos del azar... y ya sabes lo que les pasa a los adictos a los juegos de azar. Por cierto, lo que es el azar cuando nos viene con una sonrisa: volviendo a casa, el azar mismo, en la forma de El Hombre, me puso dos MDMA en el camino. Con eso y lo que gastemos en salir, dependeremos del crédito de tu tarjeta hasta el lunes, que cobramos.
—Eres una cabrona.
—Una Dulce Cabrona, que los creyentes en el destino no sabéis adjetivar, si no es en el lado oscuro de la ampulosidad.
—Y no tenía ganas de salir.
—Ya no la tienes ningún viernes, estás viejo. Por suerte, el destino me puso en tu camino.


jueves, 12 de noviembre de 2015

Actualización de Globalízate en noviembre


La actualización de noviembre de Globalízate (que enlazo con retraso)



Bill McKibben se pregunta qué habría sucedido si hace 20 años Exxon hubiera dicho la verdad, que muchos de sus científicos y trabajadores conocían, sobre el Cambio Climático.

“Pero bastante lejos de estas cuestiones sobre el futuro, tomemos un momento y solo pensemos sobre el pasado. Sobre lo que podría haber ocurrido si, en agosto de 1988, la "posición de Exxon" hubiera sido "decir la verdad".



George Monbiot compara la ansiedad por las expectativas de que haya agua en Marte  con el abandono al que tenemos sometido a nuestro planeta Tierra.

“Evidencia de flujos acuáticos en Marte: esto abre la posibilidad de que haya vida; de maravillas que no podemos ni empezar a imaginar. Su descubrimiento es un logro sorprendente. Entretanto, los científicos marcianos prosiguen su búsqueda de vida inteligente en el planeta Tierra”.



Acciones de Globalízate: “Las asociaciones Globalízate, Sierra Oeste Desarrollo S.O.S.tenible y ARBA han solicitado por escrito a la Confederación Hidrográfica del Tajo (CHT) la limpieza del fondo del embalse de San Juan una vez que la liberación de aguas para riego ha dejado al descubierto gran cantidad de basura en el fondo del embalse.”

Jan Joost, Director de FONDAD, Forum on Debt and Development, se hace varias preguntas sobre la escasa calidad democrática de las instituciones europeas en el caso de la deuda griega.

¿Lo hacen para matar cualquier esperanza de que otra Europa (diferente de la que conforman todos los días) sea posible?




domingo, 25 de octubre de 2015

Taller del bremen: narrador cinematográfico

[Pues sí, hemos tenido que trabajar el narrador cinematográfico: ese narrador que lo ve todo y lo oye todo, pero no es omnisciente, no es dios, y no sabe lo que piensan y sienten los personajes, a no ser que ellos lo digan en voz alta].

Nunca estuve allí

—Lo importante es que nadie pueda saber que hemos estado allí, lo mismo si no pasa nada que si pasa algo. Me preocupan los socios peligrosos de mi amigo. Mala gente. Será mucho mejor para ti y para mí que nadie pueda situarnos en la zona. Ni en menos de 100 millas a la redonda —le dijo Lou a su amigo Jammie en la llamada telefónica con la que le convocó a la cita. Fue la única frase en la que le daba a entender que había peligro, y que podía ayudarle o no.

Cuando Lou se acerca al punto kilométrico de la carretera en el que ha quedado con Jammie, reduce la velocidad  y lo ve salir del bosque. Detiene la furgoneta Ford de trabajo que le prestaron y su amigo indio sube a ella. Reanuda enseguida la marcha. Han de salir de la carretera terciaria sin ser vistos, tomar un camino de tierra para entrar en el bosque, aparcar y ocultar la furgoneta, subir la montaña por el lado este para descender al valle que está en su lado oeste; y explorar la pendiente y el camino de ese lado donde se va a producir el encuentro.
En el coche, Lou ya le puede contar el plan. Por lo que le dijo por teléfono, los dos llevan comida y agua, cada uno en su mochila, para no tener que parar a comprar nada. Y Lou lleva unas garrafas de gasolina en el portamaletas, para no tener que entrar en una gasolinera. Que lo más que pueda decir un testigo es que vio una furgoneta sucia en la que viajaban un blanco y un indio. No importa que alguien, por cualquier razón, se acuerde de la matrícula, porque es falsa. Lou se preocupó de cambiarla. Los dos son desconocidos en la zona.
Pero la zona no es desconocida mentalmente para ellos.  En cuanto hablaron, 24 horas antes, cada uno buscó en una biblioteca pública mapas detallados de la montaña y los valles, de los caminos, alturas, rasgos geográficos. Lo memorizaron todo. Eran expertos. Habían dedicado tres vacaciones universitarias de Lou, después de conocerse por casualidad al inicio de un verano, a vivir en bosques y zonas montañosas, practicando las artes que Jammie había heredado de sus antepasados. Y cuando Lou abandonó los estudios, estuvieron casi un año haciendo lo mismo: vivir en los bosques y bajar de las montañas solo para hacer un trabajo temporal con el que comprar lo necesario para regresar a la naturaleza. Siempre se habían comportado como hermanos, incluso en los largos períodos en que no se veían. Y estaban orgullosos de que los dos supieran practicar las costumbres de los antepasados de Jammie. Podían recorrer los bosques sin que ningún ser humano que estuviera cerca, y que ellos ya habían detectado, se diera cuenta de su presencia. Incluso practicaron, en ese año completo, el modo de moverse de forma que los animales de tierra y las aves, aunque sin duda sabían de su presencia, no sintieran inquietud y no delataran su presencia con sus ruidos.

Falta un día para el encuentro del Gordo con un socio no fiable con el que, según le ha contado a Lou en la visita que le ha hecho poco antes, quiere romper toda relación porque no se fía del modo en que está creciendo, lo que conlleva un aumento del dinero y la violencia que El Gordo ni quiere ni puede manejar. Como siempre que está preocupado, ha visitado a Lou, que vive de pequeñas chapuzas, o de pedir un dólar en la calle de vez en cuándo, actualmente en el extrarradio de una ciudad fluvial. Muchas veces le ha dicho que lo considera su consigliero honorario, el que sabe pensar. Y bien barato, porque no acepta más de 100 o 150 dólares en billetes pequeños, sobre todo de un dólar y algunos de cinco. Lou se lo explicó la primera vez que, accidentalmente, lo ayudó: si nos vamos a ver de vez en cuando, la pasma lo sabrá y solo estaré a salvo si mi nivel de vida no crece. Es difícil pensar en mí como un mafioso si vivo en lo que se suele llamar una situación de pobreza.
Desde entonces se han visto muchas veces. Lou le ha dicho que lo considera su hermano y El Gordo sabe que tiene más hermanos en la vida itinerante que lleva: gente especial con vidas muy raras y conocimientos poco habituales. Son mis “hermanos-maestros”, le explicó Lou; los que me permiten profundizar en la vida y sus artes. El Gordo le ha visitado siempre que tiene problemas, porque la visión amplia del chico le ayuda a encontrar la solución. En algunos casos, muy pocos, Lou ha actuado en la puesta en práctica de esa solución, pero El Gordo se niega a que éste sea uno de esos casos. Esta vez es muy peligroso y no quiero meterte. Le cuenta cuándo, dónde y cómo van a tener la reunión, en la que El Gordo le va a pagar lo acordado por el último envío e incluso una prima adicional para compensar lo que va a dejar de mover para el socio en los próximos meses. Le dije que era lo justo, hasta que encontrara a otro que hiciera mi trabajo.
—Claro que es peligroso: el hecho de que sea el otro el que fije el sitio, el día y la hora ya lo es.
—No he podido evitarlo. Hemos actuado como llevamos haciéndolo cuatro años: es él quien fija los puntos de encuentro y las fechas. Si me hubiera negado esta vez, habría resultado más tenebroso.
—¿Dónde has aprendido la palabra “tenebroso”, en el cine? —le preguntó, echándose a reír—. En ese caso, es que sigues yendo a ver películas de adolescentes.
—Quizá por eso cuando tengo un problema lo tengo que hablar con un listillo juvenil como tú.
Lou había conseguido lo que quería, relajar el ambiente, antes de insistir.
—Al menos hazme caso en una cosa. Dices que os encontraréis los dos coches, que en uno irá él y el conductor; en el otro tú con el tuyo. Te va a engañar. No podrá ir en varios coches, porque tú recelarías y escaparías, pero puede llevar otros dos tíos detrás. Cuatro contra dos. Ya estás muerto.
—¿Se te ocurre algo?
—Lo primero, que me lleves a mí, me dejes en el bosque a 200 metros. Me basta conque reduzcas la velocidad; sin detenerte. Y que lleves otros dos tíos en los asientos de atrás. Así seremos cinco contra cuatro... a lo mejor contra cinco, pero la sorpresa del quinto hombre, yo corriendo a oscuras por el bosque, nos da la victoria.
—No vas a venir. Métetelo en la cabeza.
—Pues al menos que seáis cuatro. Si él ha preparado pelea, estaréis en mejor situación. Si no la ha preparado, se sorprenderá de que estando en mejor situación le sueltes la pasta y te vayas. Pensará que eres tonto, pero también que eres legal y no vas a ir contra él en un futuro.

Antes de dejar oculta la furgoneta en el bosque, Lou le ha contado a Jammie que está seguro de que el socio, además de ser cuatro a la vista, tendrá uno o dos tiradores ocultos en una pendiente cercana. No tiene otro sentido que la cita sea en un camino entre dos laderas montañosas. Añade que posiblemente hará una señal para que los tiradores ocultos hagan fuego, como rascarse la nuca o la nariz, algo que a los que lo ven les parezca normal, pero que nunca lo es en esas ocasiones. A esa señal los tiradores matarán a dos y los cuatro de abajo se encargarán de los otros dos. Le dice que está seguro de que el socio cuenta con que El Gordo vaya acompañado de tres hombres.
Con lo que cuenta Lou es con que los tiradores monten un escándalo en el bosque y los pájaros anuncien su presencia como si tuvieran un neón de metros de alto encima, le dice a Jammie. A nosotros no nos percibirán y nos situaremos a una distancia corta, a sus espaldas, responde Jammie.
Faltan 20 horas para la cita y recorren doscientos metros arriba y abajo, desde el punto acordado por el socio del Gordo, y hasta una altura de unos 60 metros metros, las dos pendientes que dan a ese punto. Cuando recuerdan prácticamente cada árbol, se sientan a compartir la comida de las mochilas. Beben la mitad del termo de café fuerte que lleva cada uno, como acostumbran. Repasan con menos detalle el camino y los lados bajos en pendiente, donde podría instalarse un francotirador.
Faltan 5 horas y se concentran en el punto de encuentro.
—Evidentemente éste es el sitio ideal. Pequeño, unos 50 metros de recta, que empieza dando el camino una curva a la izquierda y termina con otra curva en la misma dirección. Todo muy controlable. Según las instrucciones, El Gordo tiene que venir desde abajo, llegar al fin de la recta. Dar la vuelta al coche y esperar. Supongo que el socio hará lo mismo, pero quedándose en la dirección de la marcha.
—Y dará la vuelta y se irá por el mismo camino —contesta Jammie—. La salida por la otra dirección es mucho más larga y estará deseando largarse de aquí. Luego vendrá la brigada de limpieza.
Cada uno de ellos se bebe de un trago la última mitad de su termo de café. Las pupilas se ajustan, los músculos se ponen en tensión. El control de la respiración los vuelve precisos.

Una hora antes de la cita, llega un coche del que bajan dos hombres armados con un fusil con mira telescópica. Cada uno sube una pendiente y se dirige a un lado de la pendiente, a las dos plataformas con buena visibilidad, a 15 y a 20 metros de altura, que Lou y Jammie habían identificado como los puestos ideales. Los dos están ya detrás de un árbol grande, a cubierto, a dos saltos de distancia de donde deberían situarse los francotiradores, y no tienen que moverse porque habían acertado con exactitud en sus predicciones.
Llega el coche de El Gordo, sigue las instrucciones, cambiando la dirección del coche y encendiendo las luces largas. Se bajan los cuatro. Minutos después lo hace el del socio. Dejando las largas encendidas, se bajan también cuatro hombres. Se encuentran en el centro. El Gordo lleva el paquete con el dinero. Sonríe. También el socio sonríe y no menciona que los dos hayan incumplido la norma del número de asistentes. Con la mano derecha se ajusta el reloj de la muñeca izquierda, como si le presionara. Los dos tiradores tensan la postura, en posición de disparo. Dos cuchillos grandes recorren a la velocidad del rayo la distancia entre el árbol de atrás y la garganta de cada tirador. Por un instante, el grito de los heridos causa confusión abajo. Cada uno de los hombres que llevaban cuchillo coge el fusil del muerto antes de que toque al suelo y dispara, cada uno, contra uno de los hombres del socio. Solo queda éste y uno de los suyos, pero han sido sorprendidos y, en estos casos, la sorpresa retrasa la acción. Son los dos muertos siguientes.
Lou y Jammie dejan el fusil en el suelo y, con el cuchillo en la mano, se reúnen donde habían quedado, suben la pendiente oeste de la montaña, bajan por la contraria y se dirigen al coche. Cerca de él, Jammie mata un corzo y los dos lo desangran con los cuchillos. Meten el animal con los cuchillos manchados de sangre en el portamaletas. Se lavan las manos machadas de sangre humana con la sangre del corzo y se las limpian con unos trapos. Ningún policía que les pudiera parar se extrañaría de la sangre y en esa época la caza estaba permitida. Se suben a la furgoneta y Lou la arranca, para llevar a su casa a Jammie, a unos 400 kilómetros, tal como habían quedado. Cuando lleguen a una carretera general, ya podrán dejarse ver, comer en el bar de una gasolinera, lavarse las manos, presumir del corzo. Jammie le pasa un cigarrillo a Lou y los dos los encienden, con cara de placer.
—Joder —dice Lou—, cada vez llevo peor las situaciones de tensión largas en las que no puedo fumar.

—Que estuvieras allí con un amigo me salvó la vida —dijo El Gordo cuando le visitó cuatro días después, según lo acordado.
—Mételo en la cabeza: nunca estuve allí. Pero dime: ¿quedó todo bien limpio, como si unos boy-scouts hubieran recogido la basura del monte?
—Podrías comerte una chuleta que se te cayera al suelo sin problemas. Oye, esta vez me has ahorrado mucho dinero, me gustaría...

—Ni siquiera necesito los habituales cien pavos en billetes pequeños, porque por aquí la gente es muy amable y agradece bien que les ayudes en chapuzas, pero... tengo un buen amigo al que querría ayudar a reconstruir la cabaña en la que vive, que se está cayendo abajo ella sola. Voy a verle la semana que viene, me quedaré unas tres semanas, y dos mil dólares vendrían muy bien para los materiales. Si añadimos otros quinientos, hasta podremos darnos fiestas cuando al anochecer dejemos el trabajo.