“Lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar”. Proverbio chino.

NO PODEMOS RESOLVER PROBLEMAS PENSANDO COMO CUANDO LOS CREAMOS. Albert Einstein

“Si a alguien le indigna más ver un contenedor ardiendo que una persona comiendo de él, tiene que revisar sus valores”

Sobre los poderes de siempre y los emergentes: "“No nos parece mal que nos muerda un lobo, pero a todo el mundo le saca de quicio que le muerda una oveja". Ulises de Joyce, Cap. 16




jueves, 15 de enero de 2015

Ella lo quiso así (Bremen)

[El tema de esta sesión de taller era "La infidelidad"]


Ella lo quiso así

Estábamos follando aquella noche, una de las tres veces más o menos que lo hacíamos cada semana, con esa casi languidez que da el tiempo y el conocimiento del cuerpo del otro. Un trabajo de precisión con unos resultados aceptables sería una buena definición del proceso. De pronto, improvisando fuera del papel, María, que en ese momento estaba encima, se separó un poco de mí, me regaló una sonrisa lasciva que ya no acostumbraba a usar y me dijo que ese mediodía había estado en un hotel follando con un compañero que yo conocía. La polla, que estaba cumpliendo bien su papel, se me puso burra. Ella reaccionó inmediatamente. Lo noté no en la mirada, sino en un gesto animal en los músculos que rodeaban los ojos, en que empezó a sudar, en que la cara interior de los muslos se le humedeció. Al terminar, fumando con una mano y cogidos amorosamente de la otra, sonreíamos.
La semana siguiente, fui yo el que, pretendiendo responder a su sinceridad con la mía, le confesé que a la salida del trabajo había acompañado a mi colega Patricia a su apartamento, muy cercano a la oficina, y me la había tirado. El efecto fue inmediato. Cuando habíamos coincidido mi mujer y yo con ella, en una cena o a la salida del trabajo, había bromeado muchas veces diciéndome que cuando estaba Patricia delante, los ojos se me iban a sus tetas. La verdad es que las tenía preciosas. Me lancé a fondo en la invención, dando toda clase de detalles. María entró en un estado de exasperación sexual, que enseguida me contagió.
Tras unos meses de recuperación del sexo del principio de la relación, la estratagema flojeaba. Mientras fumábamos agotados en la cama, fue ella otra vez la que tuvo una idea. Me dijo que el escenario de nuestras invenciones estaba perdiendo credibilidad, que sería una buena idea que cada fin de semana, el viernes, uno de los dos saliera y llegara tarde. Desde entonces vivíamos en un sobresalto. En esas horas que me tocaba quedarme en casa, pensaba a ratos que era un juego, pero poco después dejaba de verlo como tal. La angustia de los celos me descomponía mentalmente, pero me recomponía físicamente: solo deseaba que volviera para follarla salvajemente, en un rito que tenía algo de castigo y otra proporción igual de cariño y agradecimiento. Lo mismo le sucedía a ella cuando era yo quien regresaba de madrugada. Durante el resto de la semana, nos besábamos, nos olisqueábamos buscando otros olores. Habíamos reintroducido la animalidad. En realidad, recuperábamos ese olor del otro en los primeros tiempos; el que se pierde irremediablemente con la proximidad excesiva.
No sé lo que le pasaba a ella, pero a mí me resultaban tediosas esas horas en las que tenía que trasnochar a solas, siempre en una zona que no fuera la nuestra para que ningún conocido revelara que nos había visto solos o charlando inocentemente con amigos. Las reglas de la invención son complicadas... y deben incluir una defensa de la posibilidad real de que no sea una invención. También por esas reglas, el que regresaba a casa lo primero que hacía, antes de encontrarse con el otro, era darse una buena ducha que eliminara posibles olores de un extraño o extraña. Teníamos que eliminar los rastros; o mejor dicho, evitar que se pudiera notar que esos rastros no existían.
Al principio me llevaba en la bolsa un libro de filosofía, para pasar las horas en una mesa o barra de bar. Era un reto a mí mismo: había notado que estaba perdiendo capacidad de concentración, así que,  ¿había un ejercicio mejor que leer filosofía en un lugar ruidoso y lleno de movimiento? Además, no podía subrayar el libro ni tomar notas en un cuaderno porque nos espiábamos y, si hubiera encontrado esas notas, María habría sabido que la aventura sexual no había existido.
Una noche descubrí que un hombre joven, bebiendo combinados y leyendo a Hegel, resultaba atractivo para la mujer que estaba en el taburete de al lado. Y una vez que esa desconocida hubo iniciado el acercamiento hacia mí, me resultó fácil hacerlo yo otros viernes, cuando a mi lado, en la barra, había una mujer que me provocaba sexualmente. La idea de que a María le pudiera pasar lo mismo con otro hombre me violentaba.
Cierto que a veces se producían entre nosotros conversaciones y actitudes algo violentas, sobre todo cuando uno de los dos regresaba. Las terminábamos desnudándonos el uno al otro con impaciencia, luchando por someternos, abandonándonos a la furia de un deseo insoportable. María era muy hábil para la violencia gestual. Por ejemplo, le gustaba lamer y chupar mis dedos, como si señalara lo que le había hecho a otros en otra parte anatómica. A mí, en cambio, se me daba mejor la violencia lingüística. Aprovechaba su resistencia a pronunciar ciertas palabras, como cuando me preguntaba si le había lamido abajo a la amante ocasional. Le insistía en que lo dijera como una adulta y la presionaba, sin soltar la mordedura, hasta que se veía obligada a soltar el ¿le has comido el coño? En ese momento, al pronunciar la palabra coño, se liberaba por primera vez.
Todas nuestras violencias estaban totalmente alejadas del sadomasoquismo, por supuesto. Sosteníamos una guerra simple de poder cuerpo a cuerpo y usábamos los celos como desencadenante que pusiera fin a esa sensación de que no había peligro, de que no era necesario que hiciéramos nada para mantener en plena forma la relación. Los enemigos de fuera, imaginarios o reales, nos forzaban a luchar por apropiarnos del cuerpo y del amor del otro. Habíamos puesto fin a la sensación de dar por supuesta la atracción que cada uno sentía por el otro. Habíamos matado el aburrimiento.
 Y pasó el tiempo, llevándose con él muchas necesidades que habían dejado de serlo. Aunque no resulte moderno, conviene reconocer que a partir de unos ciertos años follar, lo que se entiende por eso, deja de ser atractivo. Si esto no fuera cierto, no habría tantos cuarentones y cincuentones poniéndose ciegos de cocaína y pastillitas ilegales para lograrlo.

Después de los años a los que me estoy refiriendo, hace ya mucho que redescubrimos el placer inmenso de hacer el amor con esa casi languidez que da el tiempo y el conocimiento del cuerpo del otro, de realizar un acto amoroso de precisión y sabiduría. Qué alivio que pusiéramos fin a esa pesadez que era para mí, supongo que también para ella, el que un viernes de cada dos me viera obligado a salir solo, cansado y somnoliento tras la semana de trabajo,.

lunes, 12 de enero de 2015

¡Que no se mata, Cabrones! Ni se hiere, ni se daña.


Ni por asuntos religiosos.

Ni por ideas.

Ni por motivos geoestratégicos.

Ni por controlar materias primas de otros.

Ni por costumbres que nos gusten más o menos.

Ni por...

Solo se puede matar cuando, REALMENTE, alguien te va a matar a ti o a los tuyos. Solo en esos momentos exactos (no vale un antes ni un después). Nunca por un “creo que un día podrían matarme, así que los voy a matar ahora”.

Que no se mata, y fin del asunto. Regla de oro. No tengo nada más que decir.


Bueno, sí, repetir lo que dijo Sabina: Ojalá que un día, los que matan se mueran de miedo.

jueves, 1 de enero de 2015

Soy un militante de la amistad

A mi hijo le he dejado en herencia dos o tres frases-idea de esas que ayudan a condensar partes importantes de la realidad. La del título, me la dejó él; da lo mismo que sea suya o no, porque lo que importa es que condense una experiencia vital. O sea, le agradezco que pusiera en una frase algo que es su vida y que, mira tú por dónde, explica también la mía. O sea, para mi hijo la amistad ocupa una posición prominente en la vida; también para mí.

En estos días en los que todos os ponéis pesaditos con el año nuevo, me habéis hecho pensar un poco en la vida y me he dado cuenta de que nunca he militado en partidos ni en nada importante, aunque haya apoyado con fuerza, y hasta con intransigencia, a alguno de ellos en distintas situaciones históricas. Lo mío es la esfera de lo personal, que vale también para alumbrarme social y políticamente, y espero que para iluminar a otros.

La empatía que siento por las personas es una cualidad egoísta. A vosotros, personas que os habéis cruzado en mi camino, estableciendo relaciones fuertes o débiles, os debo lo que soy. Enseguida me interesáis, conseguís que me ocupe de vosotros: relleno con vuestras vidas, con ese calorcito que me dais, lo que la mía tiene de fofo.

Y pensando en esto, recordé que en mi antiguo blog puse al principio una entrada sobre mi amiga F. Con gentes (muchas) como ella, me he llenado de sustancia: soy. Aquí tenéis, a un clic,