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jueves, 21 de febrero de 2013

Relato del T.G: La influencia de la Revolución China en nuestra sociedad actual

[Tema: Los chinos]

La influencia de la Revolución China en nuestra sociedad actual 




Eran los más brutos, montaraces y vagos de la universidad. A los chinos, me refiero. Los prochinos, técnicamente; pero les quitábamos el “pro” para abreviar. Mientras a los demás se nos caía la cabeza dormida sobre el libro, tratando de entender a Marx y sus intelectuales, ellos te sacaban El libro rojo de Mao, que era en realidad un librillo pequeño y delgado, como un catecismo, y con metáforas y aforismos varios solucionaban el mundo, y hasta sus circunstancias, soltándote una frasecilla del tipo “el capitalismo es un tigre de papel”, que te ensimismaba porque te hacía pensar en los recortables de la infancia. Una suerte que fuera un librito, dada su costumbre de zanjar a hostias cualquier discusión sutil, así que mejor que no fueran armados con un tomo de mil páginas.

El jefe de mi grupo ácrata tenía como objetivos principales, y por este orden preciso: machacar a los comunistas, machacar a los ácratas y machacar a los fascistas. Podéis pensar que vaya mierda de jefe ideólogo ácrata que infundía a sus hombres (pocos, hay que reconocerlo) la lucha sin cuartel contra los ácratas. Los que penséis así, os equivocáis por falta de información sobre un dato muy simple: no éramos ácratas. Pero como por una parte dábamos la vara a los comunistas en las asambleas, es decir a los prosoviéticos, que es lo que eran en realidad los comunistas de entonces, unos putos estalinistas a los que les decías Gulag y ponían cara de estar frente a un defensor del capitalismo opresor de los pueblos del mundo; mientras que por otra parte andábamos por ahí con maneras, tono y verborrea de zamparnos a cualquier fascista que se acercara a menos de un metro, todos lo tuvieron claro: éramos ácratas. Con su pan se lo comieran. Ese asunto no lo pensábamos discutir. La verdad de los hechos es que no nos metíamos con los ácratas porque nos importaban una mierda, ya que eran menos que nosotros y estaban peor organizados.

Por qué no estaban los chinos en la lista de machaque, ya que en origen eran comunistas, lo contaré más adelante.

¿Me seguís todavía? Si os parece complicado, imaginad la complejidad que representaba para todos los que bullíamos por las facultades universitarias. A saber: teníamos unos comunistas que, en realidad, eran pro-rusos estalinistas, unos ácratas que eran ácratas pero si daban algo era pena, unos ácratas que no éramos ácratas, unos chinos que simulábamos que no existían y 18 grupos más que no tengo tiempo de mencionar. Por suerte, Dios aprieta pero no ahoga (sé que está mal que diga yo eso, pero es una frase hecha) y los fascistas eran los fascistas. Seguro que entre ellos tenían un barullo de puta madre, pero Franco y el ejército los unificaban: si eres un fascista eres un fascista y me da lo mismo que tengáis vuestras corrientes y leyendo entre líneas la prensa fascista (es decir, la Prensa) se pudiera adivinar un tira y afloja entre los de una corriente y la de otra. Resumiendo: estaban unificados como fascistas y eso nos unificaba a todos los de nuestro lado como antifascistas, camaradas, compañeros, vamos a por ellos.
Eso sí fue un hecho afortunado. Sin Franco y el ejército, eso que queríamos hacer no habría sido una Revolución ni nada de nada. Todo el lío de puertas adentro se habría manifestado exteriormente como un caos total: unos dando un salto en Cuatro Caminos a las 5 de la tarde y otros esperando disciplinadamente la cita de las cinco y cuarto. Tener a los fascistas tuvo su punto bueno: permitió una unidad en la acción, de modo que todos juntitos podíamos parecer que éramos algo. O alguien.

Os estaréis preguntando, yo lo hacía constantemente y cuando expresaba en voz alta mi pregunta el jefe me decía que ya lo trataríamos en otra reunión, qué coño pasaba con los chinos (prochinos, recordad).  Lo que pasaba me lo tenía yo muy claro, pero me lo guardaba para mí. Les teníamos envidia. Le podía decir yo al jefe, oye, Jefe, que no son estalinistas porque el Tío José no pintó una mierda en la Revolución China, pero son comunistas dictatoriales igualito que los rusos. Se lo podía decir, y varias veces se lo decía. Pero nadie me seguía en el debate. ¿Que por qué? Porque les teníamos envidia de que pudieran hacer la Revolución sin necesidad de leer ni de enredarse la mente. Además, eran eficaces contra los fascistas, porque estaban cachas: no bebían los apestosos alcoholes occidentales y los fines de semana se iban en tren a la sierra y hacían larguísimas caminatas sin descansar, para fortalecer el cuerpo. Supongo yo que cada varios kilómetros se detendrían a leer una cita de Mao y luego seguirían, fatigados, sedientos y repitiendo mentalmente la cita hasta aprenderla. Esta última parte de la forja de un revolucionario chino no me atraía nada, pero sí la elegancia de su simplicidad durante la semana de clases.
Supongamos, por ejemplo, que en cualquier esquina me encontraba con un chino y le decía yo una insensatez, solo para joderle. La respuesta podía ser: ¿Sabes lo que dijo el camarada Lin Piao, solisto?, dijo que el pensamiento de Mao Tse-tung es el marxismo-leninismo de la época en que el imperialismo se precipita hacia su ruina total y el socialismo avanza hacia la victoria en el mundo entero. Es una poderosa arma ideológica en la lucha contra el imperialismo; es una poderosa arma ideológica en la lucha contra el revisionismo y el dogmatismo. Es la guía para todo el trabajo del Partido, el Ejército y el país.
Lo soltaba así, casi sin respirar. A veces me di cuenta de que se lo había aprendido mal y decía la línea cuarta antes que la tercera, pero resultaba contundente, sobre todo porque siempre iban por lo menos de dos en dos, como los predicadores de las películas americanas.

Así que los dejábamos en paz y los envidiábamos en secreto por la pereza mental en la que parecían vivir. No como nosotros, que me decía el jefe, ¿llevas adelantado el resumen del libro de Engels? Y yo le decía sí, voy muy bien, pero pensaba me cago en ti y en todos tus compañeros. Claro que hay que reconocer que el jefe tenía buenas ideas sobre las estructuras sociales, me sacaba dos cabezas y, además, era un economista que trabajaba, ganaba dinero y pagaba siempre, sin hacer alarde, las cuentas de todos los bares.
Así que nosotros, a lo nuestro. ¿Que en una Facultad ajena había una Asamblea para algo? La noche anterior el jefe ya nos había aclarado las cosas. Llegábamos allí y encontrábamos a dos estalinistas en el estrado, y al resto de sus compañeros diseminados como si no se conocieran de nada. También nosotros nos diseminábamos y los demás sabían que formábamos un grupo, así que, en cuanto a ética y moral, no podíamos dar lecciones a nadie. Los del estrado anunciaban un acto reprochable de los fascistas. Todos los presentes estábamos de acuerdo en que había que dar una respuesta (hasta los chinos), pero entonces empezaba lo divertido. Los del estrado soltaban el plan de acción y sus miembros diseminados iban levantando la mano, como miembros del pueblo autónomo, para mostrar su acuerdo, un repetido oye, qué buena idea, pero nosotros también la levantábamos y si habían  propuesto dos días de huelga, nosotros que cuatro, si una manifestación unitaria, nosotros que saltos controlados en todas la zonas obreras de Madrid. En el momento mejor, alguien anunciaba la inminente entrada de la policía, se votaba lo que habían propuesto los estalinistas y, como no iba a dar tiempo a votar otra propuesta, decíamos todos que sí a mano alzada, incluidos los chinos y nosotros, junto con 18 grupúsculos más a los que la pereza me ha impedido referirme. Aunque, para el caso, visto uno vistos todos. La elegancia de los procedimientos sencillos, puestos a prueba por el uso y la experiencia.

Pasaron los años y descubrimos que los cabrones de los chinos, como no bebían, no discutían y no pensaban, solo ejercitaban la memoria, tenían tiempo para estudiar sin que los viéramos, de modo que acabaron la carrera con unos currículos cojonudos, además de una proclividad a decir que sí a sus superiores, con lo que ascendieron con facilidad, destacaron y se pusieron a votar a la derecha. Años más tarde, fueron llegando los chinos de verdad, expulsados del Paraíso marxista-leninista que tan certeramente describió Lin Piao,  y llenaron la ciudad de supermercados que cierran muy tarde y casi siempre, al regresar a casa de los bares, te da tiempo a comprar algo para cenar. O, menos importante pero también muy útil, los bazares con juguetes a cinco euros que son tan grandes que no caben en el ascensor y es lo que más ilusión le hace a tu sobrino de tres años, si descontamos el hecho de que los juguetes infantiles se despiezan solo de mirarlos y pueden matar a cualquier niño. No importa, ninguno de mis sobrinos es hijo único.

A grandes rasgos, como exige esta charla que me han encargado, no se me ocurren, por mucho que piense en ello, otros hechos destacables de la influencia de la Revolución China en la convivencia de nuestra sociedad.

Muchas gracias por vuestra atención.




6 comentarios:

  1. Que putada, yo creía que tenia vocación anarquista y resulta que a lo mejor soy un ácrata de vía estrecha...
    Luego vuelvo, he leído la mitad mas o menos y me encanta!
    Salud y abrazo

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  2. Entonces, todo eso que contaban... ¿era un cuento chino? Por lo menos eso parece atendiendo a lo que exportan: un modelo de capitalismo más aterrador y mas alienante si cabe que el que ya teníamos aquí. ¿Os imaginais lo que debe ser tener que trabajar para los hijos de esa revolución?

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  3. Hasta la patronal defiende ese modelo. Es hora de recuperar el antiguo (y envidioso) grito de guerra: que le den por el culo al chino!

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  4. ¡Qué historia! No sé qué decir, excepto que son muchos y bien avenidos por la falta de libertad que existe allí. Un tigre de papel les parecerá a ellos el capitalismo porque bien que lo están abrazando, en fin, que dominaran la tierra si el papa que salga (menuda juerga de todos los estamentos) no lo remedia.

    Beso.

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  5. Bah, GENÍN, es chulo ser anarquista en el fondo, es decir no fiarte ni de los tuyos, pero su desorganización y el carácter asambleario incapacitan (una asamblea decide una cosa y la del barrio de abajo decide otra). Yo creo que el ideal es “alma de anarquista y cerebro de organización”.

    Espero que la segunda parte te haya seguido divirtiendo.

    Un abrazo.

    Desde luego, C.S. Creo que es igual de alienante, pero es infinitamente más aterrador. Pasaron de la dictadura del campesinado a la dictadura del mercado, y no es una figura del lenguaje. Nosotros estamos sometidos a la dictadura de los mercados, pero formalmente no es una dictadura y no pueden fusilarnos.

    El modelo dictadura de un solo partido en beneficio de los mercados es el sueño de los megarricos del mundo. Creo que nos lo están preparando a todos, pero sin hoz y martillo.

    Quizá esté siendo un viejo pesimista. En todo caso,

    un abrazo

    ¿Cómo no lo van a defender, TALIESIN, si es su sueño dorado? Imponer todas las cargas sobre los trabajadores, ser tratados con felicidad por los amos políticos del país, y que estos consideren traición política oponerse a las relaciones laborales impuestas por los empresarios.

    De toda maneras, já, aquí sí que había escrito, en estilo paródico, una metáfora social: pretendía reflexionar sobre la “izquierda”.

    Un abrazo

    Los chinos, ISABEL, son 1.300 millones. Pero la población india supera los 1.200 millones. ¿Por qué unos nos asustan y los otros no? Esta reflexión, te la cedo.

    Lo que me ha encantado es que hayas mezclado esta historia con el Papa, me parece una maravillosa línea de fuga del relato. He pensado en ello y tienes (siniestramente) razón. El desmoronamiento de esa iglesia que aborrezco (porque siempre ha participado alegremente en política en contra de lo que pienso) creará un vacío. Los chinos tienen horror al vacío, además de voluntad y eficacia para “rellenar” cualquier huequito que se cree.

    ¡Qué maravilloso relato de Ci-Fi, con los chinos ocupando las zonas que va dejando libre una iglesia en retirada! Bueno, sería más bien una nouvelle. Te la dejo, ya que tú la pensaste. ¡No dirás que no te pongo tareas!

    Un abrazo.

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  6. Añadido: quizá nos asustan porque son listos:

    http://www.globalizate.org/getArticle?authors=Gonzalo+Andrade&date=2013-02-09&title=Viejas+plantas+para+nuevos+retos%3B+Como+China+asegura+sus+cosechas+frente+al+cambio+climatico.+

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