En el primero número en papel de Jot Down, E. G. realiza un
espléndido homenaje a la sinceridad, el candor, la seriedad en el trabajo y la
lucha por la libertad. Y además, el artículo incluye análisis brillantes de
nuestro presente. El cómic del título lo escribió y dibujó Andrea Pazienza,
quien (los entrecomillados son siempre del artículo de E. G.)...
... «cumplió 20 años en la Bolonia efervescente de 1975, militó
en el marxismo-leninismo, trabajó en numerosas revistas satíricas
revolucionarias, produjo una inmensa obra gráfica y mantuvo una relación fatal
con la heroína. Como gran parte de su generación, sentía tanta pasión por la
política como desprecio por la casta política italiana. Y, sin embargo, fue el
autor de la más tierna y sincera declaración de amor que se pueda hacer a un
político.
En 1978, un octogenario irascible y con serios problemas de
autocontrol asumió la presidencia de la República. Se llamaba Sandro Pertini y
en España se le recuerda por sus brincos eufóricos durante la final del Mundial
de 1982. Pertini fue mucho más que eso: héroe en la Primera Guerra Mundial,
militante antifascista bajo Mussolini, dirigente partisano en la Segunda Guerra
Mundial, socialista auténtico y, lo más difícil, diputado honesto durante tres
décadas. Alguien tan ácido y conservador como Indro Montanelli escribió de él
cuando era un simple diputado: ‘Todo lo que hace o dice huele a limpieza, a
lealtad, a sinceridad’.»
Con Pertini presidente, Pazienza inventa unas historietas
sobre un jefe partisano, Pertini, y su fiel y torpe lugarteniente, Pazienza.
... «Pert y Paz eran un reducto de candor y benevolencia. En plena era de
plomo, con el país sacudido por atentados, secuestros, huelgas y amenazas de
golpe de Estado, un artista antisistema y el presidente de la República
triscaban juntos por los montes en una lucha imaginaria e intemporal por la
libertad.
Esa extrañísima pareja del presidente y el dibujante, que
sería imposible hoy, fue posible entonces por una razón: Sandro Pertini, a
pesar de ser presidente, decía la verdad. Siempre. Incluso cuando se
equivocaba. También ayudaban otras cosas, como el hecho de que residiera toda
su vida (incluyendo la etapa como jefe del Estado), en su piso de 35 metros
cuadrados, que la bondad le brotara de forma tan espontánea como la mala leche,
que tratara a los ciudadanos como adultos y que despidiera sus discursos de fin
de año con una frase de disculpa: “Perdonen que les haya molestado en fecha tan
señalada”.
¿Se imaginan ahora a un político así? ¿Qué haría Sandro
Pertini en esta crisis atroz y pringada de mentiras?»
Enric González traza ahora un paralelismo con nuestro
presente.
«También es sabida la explicación oficial a la crisis: la
culpa es de los ciudadanos, que vivimos por encima de nuestras posibilidades. Y
aún es más sabida la solución impuesta por quienes nacionalizan las pérdidas de
la banca: austeridad. Como no se puede devaluar la moneda porque no les apetece
a los alemanes, hay que devaluar salarios generando desempleo. Una solución
dolorosa y aparentemente, solo aparentemente, estúpida: no sirve para resolver
esta crisis, más bien la prolonga, pero sirve para reformar las estructuras
económicas y sociales en beneficio de unos ciertos intereses. Sirve para que nos
creamos que el liberalismo no es una opción, sino una necesidad.»
Enric González señala la pobreza del debate político en
nuestro país debido a la “Cultura de la Transición”, que exige consensos y deja
fuera del debate todo lo importante. Y termina con cuatro párrafos que copio
enteros.
«La austeridad, ahora, se identifica con un proyecto
nacional. Hay que recortar gastos para pagar la deuda, dicen, hay que vivir por
debajo de nuestras posibilidades, dicen. Lo cual es compatible, dicen, con el
hecho de que los más ricos sean cada vez más ricos, los banqueros cobren
fortunas y los administradores de empresas se autoconcedan primas millonarias
por despedir trabajadores. Austeridad, dicen.
¿Qué pensaría Pertini de todo esto? Yo creo que recordaría
algo muy simple, la lucha de clases. Que ha existido desde siempre (con
distintas definiciones de “clase”) y que, pese a lo que algunos piensen, no es
un concepto marxista. Marx se limitó a otorgarle una trascendencia histórica,
pero el concepto es antiguo. Maquiavelo ya lo usaba. También Stuart Mill, el
gran economista clásico. Pertini no era un intelectual refinado, pero
posiblemente había leído a Max Weber, fundador de la sociología moderna y y
autor del célebre ensayo La ética
protestante y el espíritu del capitalismo, y conocía una de sus principales
advertencias: cuando una clase se enriquece a costa de endeudar a otra, se está
al borde de la revolución o del desastre.
En 1973, Pertini le dijo a Oriana Fallacci que no podía
existir libertad sin justicia social, y no podía existir justicia social sin
libertad. Y añadió: “Cuando hablo de la clase trabajadora hablo también de las
clases medias, esas clases medias que no entienden que sus intereses no
coinciden con los intereses de los grandes capitalistas: coinciden con los
intereses de los obreros”.
Sandro Pertini murió en 1990, a los 95 años. Andrea Pazienza
había muerto dos años antes, a los 28. Ojalá Pert y Paz estuvieran vivos ahora,
en este penoso ataque del siglo XXI, para recordarnos que no debemos ser crédulos
ni sumisos cuando nos llaman al sacrificio en nombre de la patria. No hay
libertad sin justicia social. No hay justicia social sin libertad. Y por más
que intenten disimularlo algunos, aún hay clases.»
Solo me queda excusarme ante Enric González por haber
“fusilado” prácticamente el 50%, o más, de su excelente artículo. Creo que la necesidad de su difusión lo justifica.