“Lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar”. Proverbio chino.

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“Si a alguien le indigna más ver un contenedor ardiendo que una persona comiendo de él, tiene que revisar sus valores”

Sobre los poderes de siempre y los emergentes: "“No nos parece mal que nos muerda un lobo, pero a todo el mundo le saca de quicio que le muerda una oveja". Ulises de Joyce, Cap. 16




sábado, 7 de mayo de 2016

Taller Bremen. Tema: el concepto "Hay que mejorar"


Mi yo rubio

—¡Pero si te has comido todas las verduras y la tortilla de queso!
—Era parte del juego. Comer con furia aunque no estuviera bueno. Sobre todo si no lo estaba. ¿A que sí, Ramón?
—Uy, uy, uy. No te debería haber dejado solo con Migue.
—Entonces no habrías tenido tiempo a ponerte tan guapa —contestó Ramón, desarmándola antes de que preguntara a qué habían jugado y las cosas empeoraran.
—¿Y a qué habéis jugado?
—Yo era Orlando el Furioso.
—¿Desde cuándo te llamas Orlando?
—Ya me dijo que preguntarías eso y que tendría que cambiar el nombre del juego por el de El Príncipe Furioso.
—No sé si me debo atrever a preguntar en qué consiste de verdad.
Ramón lanza una mirada suplicante a Migue para que mantenga el secreto, tal como había prometido, pero está entusiasmado y se lanza a responder.
—Es así: dice Ramón que en la vida hay muchas cosas que hay que hacer sin que te gusten y que los débiles las hacen sin ganas, las olvidan y no se preparan para las grandes batallas, haciendo ejercicios de superhérores, pero que los verdaderos héroes las hacen con furia, se comen así hasta el último trocito de judía verde, pero guardan esa furia para ser fuertes y héroes y luchar contra los que...
—Bien, bien, bien... ya hablaremos mañana de eso, “Orlando”. Ahora a lavarte los dientes y a ver un poco los dibus hasta que suba la vecinita que te va a cuidar. Y tú, Ramón, como castigo recoges la mesa y friegas lo que ha ensuciado el niño. Voy a terminar de arreglarme.
Ramón, mientras empieza a hacer lo que le han mandado, le lanza a ella una mirada furiosa, frunciendo el ceño, dedicada por entero a Migue, que le ve y su carita resplandece de placer: sabe que Ramón se va a enfrentar a otro trabajo de Hércules, aunque no sabe muy bien quién es ese señor, ya se lo contará Ramón otra noche que venga a recoger a su madre y a salir con ella. Lo va a hacer con fuerza, aunque no le guste, y esa furia la guardará y se lo hará pagar a su madre más tarde. Ése es el juego: cómo hacer perfectamente lo que tienes que hacer y no te gusta, de un modo furioso, para que no se te olvide quién te obligó a hacerlo y vengarte más adelante. Se va a lavar los dientes moviéndose como si llevara sobre los hombros una capa de superhéroe cumpliendo una misión.
A Ramón le cae bien el niño. No le entusiasma, pero casi todos los niños de entre tres y seis años le suelen caer bien. Lo que sí le entusiasma es que Rebeca se prepare para salir con él. Es una verdadera chef de su cuerpo, que cocina hasta que brilla, que maquilla y perfuma y luego viste deliciosamente para que, horas más tarde, cuando el deseo haya crecido hasta ser casi insoportable, vuelvan a casa y se lo pueda comer.

Ramón vivió su infancia solo con su madre. No conoció nunca a un padre y, cuando fue mayor y preguntó por él, no recibió respuesta. Su madre era muy guapa, pero no se podía llevar bien con ella y la belleza no es un valor válido para un niño. Sólo con los años aprendió a definirla como una mujer desgraciada que conseguía transmitir la sensación de desgracia a todos los que la rodeaban. Y él, ya de niño, se sentía infeliz consigo mismo. Era pelirrojo, y no le gustaba. Pero lo peor de todo era que su pelo era crespo. Odiaba su pelo, ¿quién había visto a un pelirrojo de pelo crespo? Con los años fue viendo a niños y niñas pelirrojos, pero tenían un pelo liso y sus cabezas le parecían maravillosas. ¿Por qué él tenía que ser pelirrojo con rizos rígidos que no podía peinar y domesticar? En una ocasión, su madre le dijo que tenía el mismo pelo que su padre. Una de las escasísimas ocasiones en que le dijo algo de él. La madre odiaba a ese padre y Migue había nacido con ese pelo. Era un signo de infamia que le había sido transmitido desde el lado oculto de la vida, para que su madre sintiera por él el mismo desprecio que sentía por el padre. Ese era, en todo caso, el sentimiento que tenía Ramón. Un sentimiento de desprecio que le caía sobre la cabeza y lo convertía en alguien a quien todos preferían evitar.
Un día, no debía tener todavía los cinco años, se encontró una foto en un banco del parque. En una cocina mucho más grande y limpia que la de su casa, se ve a una madre que sonríe a su hijo. La madre no era ni con mucho tan guapa como la suya, pero se veía que era feliz y buena, que adoraba a su hijo. El niño, que da la espalda a la cámara, lleva puesto un pijama a rayas y tiene un pelo largo de color rubio. Desde que vio la foto, que se guardó y todavía conserva, tuvo la certeza de que era un niño feliz. Cuando sabía que no lo vigilaban, sacaba la foto de su escondite y la miraba concentrado. Ese niño soy yo, pensaba. Creció y se convirtió en adolescente con la fantasía potente de que tenía una doble vida, mucho mejor que la suya, en la que era rubio.

Subió la vecinita, de unos 15 años, y la mirada de Migue resplandeció. Sabía que en pocos minutos, cuando su madre y Ramón se marcharan, comenzaría una aventura que deseaba intensamente. Rebeca salió del baño resplandeciente, perfectamente cocinada. Ramón tomó la decisión de no mirarse en ningún espejo. Toda esa noche, hasta que se quedara dormido, abrazado a ella, sería rubio.


6 comentarios:

  1. Pobre Ramón, siempre escudándose en su fantasía sin darse cuenta que se puede ser feliz sin ser rubio ni pretendiendo ser lo que uno no es, bueno, al menos ligó, lo que no sabemos si ha sido para bien o para mal...jajaja
    Me ha gustado...
    Salud y abrazo

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  2. Gracias, compañero Genín. Me gusta que te guste.

    El pobre Ramón ha crecido y se las ha arreglado para tener una vida como la de todo el mundo, cierto, pero las heridas profundas de la infancia son irreparables y hay que cargar con ellas. O eso creo yo.

    Un abrazo

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  3. Lo curioso son los conceptos que cada individuo tiene de las cosas; de ahí la importancia, creo yo, de tu relato. Porque ¿quién no tiene algo de sí mismo que no le gusta?
    Un abrazo.

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  4. ¿Cómo que perfectamente cocinada?

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  5. Genial Nano! nos la pasamos luchando con nuestros traumas e insatisfacciones, y a la vez (madres y padres) luchando, aunque sea inevitable, para que nuestros hijos no sufran lo mismo que nosotros.

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  6. Vaya, no había pasado por aquí y no os había contestado.

    Si fuera "algo", Isabel, sería tolerable. Como escribió Gómez de la Serna: "Si te conoces demasiado a ti mismo, derjarás de saludarte".

    Quia Sint: no soy un fanático. Acepto a los amantes de las crudités.

    Lo chulo, Verónica, me parece que es la lucha. Los resultados ya sabemos que nos van a dejar insatisfechos.

    Besos a los tres.

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