“Lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar”. Proverbio chino.

NO PODEMOS RESOLVER PROBLEMAS PENSANDO COMO CUANDO LOS CREAMOS. Albert Einstein

“Si a alguien le indigna más ver un contenedor ardiendo que una persona comiendo de él, tiene que revisar sus valores”

Sobre los poderes de siempre y los emergentes: "“No nos parece mal que nos muerda un lobo, pero a todo el mundo le saca de quicio que le muerda una oveja". Ulises de Joyce, Cap. 16




jueves, 9 de marzo de 2017

Taller Bremen. Tema: El reencuentro


Treinta Años No Son Nada


Todos los que compartíamos el piso nos estábamos preparando para irnos unos días, debía haber un puente o algo así, a la casa en el campo de una amiga. Tres chicas, otro chico y yo. Todos estudiábamos en la Universidad Autónoma, aunque en carreras diferentes. Los preparativos no llevaban mucho tiempo. Yo lo metía todo en una bolsa militar de las que se compraban en el rastro, de esas que se colgaban del hombro. Poca cosa: dos camisetas y tres calzoncillos, un libro y un bloc, un lápiz y un bolígrafo, el cepillo de dientes. La pasta dentrífica ya se la cogería a alguien. Ah, y una toalla para la ducha, de las pequeñas.
Sonó el timbre de la puerta y apareció María acompañando a mi padre, que era el que había llamado. Sonreía abiertamente. Llevaba bigote, pero al menos no era el bigote fascista, repulido, que le recordaba. El que llevaban casi todos en aquella época. Me ha dicho que se viene estos días con nosotros, contó sonriente María. Aguanté el tipo y simulé una sonrisa. Pero no cabemos seis en el coche, protesté. María dijo que no importaba, que ella iría en el de Juan, que tenía un sitio libre.
No me hacía ninguna gracia, pero no me quedaba otro remedio que ocultarlo. Mi padre parecía entusiasmado, me enseñó la postal que le había enviado a mi madre, comunicándole que se venía con nosotros. No sé porqué, pero a todos los del piso les parecía una idea excelente.

Aquella excursión existió realmente. Lo pasamos muy bien, recuerdo. Pero entonces tenía yo 21 años y mi padre había muerto cuando tenía 11. En el momento del sueño acababa de cumplir 51 y como tanto mi cumpleaños como su muerte se habían producido en días cercanos de mayo, entre el sueño y su muerte habían pasado cuarenta años. Treinta entre el sueño y la excursión. Treinta años no son nada. Cuarenta desde su muerte, para estas cosas oníricas, todavía son menos. Pero en todo ese tiempo nunca había soñado con él. Y las veces que lo había recordado eran escasas, anecdóticas. Como si no hubiera existido. Pero desde entonces volví a soñar con él algunas veces. Incluso la memoria me trajo recuerdos de cosas que habíamos hecho juntos; siempre agradables. En una de las ocasiones en que fui a la ciudad donde estaba enterrado, visité su tumba en el cementerio y sentí una emoción especial.
Sin duda el sueño había sido un acto de perdón. Pero, ¿por qué se había producido? Y sobre todo, ¿qué era lo que se había perdonado? ¿Y quién había sido el agente provocador del perdón? Me alegró que se hubiera producido, pero preferí no buscar respuestas. Todo estaba mejor que antes y enredar con las preguntas esenciales es siempre peligroso. Tenemos la falsa creencia de que es mejor saber lo que ha pasado, cuando la realidad es que la búsqueda de respuestas muchas veces nos devuelve adonde habíamos estado y donde no queremos estar de nuevo. Ahí es donde necesitamos recurrir a sueños absurdos. Dar una capa de pintura a paredes en estado indecente.