“Lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar”. Proverbio chino.

NO PODEMOS RESOLVER PROBLEMAS PENSANDO COMO CUANDO LOS CREAMOS. Albert Einstein

“Si a alguien le indigna más ver un contenedor ardiendo que una persona comiendo de él, tiene que revisar sus valores”

Sobre los poderes de siempre y los emergentes: "“No nos parece mal que nos muerda un lobo, pero a todo el mundo le saca de quicio que le muerda una oveja". Ulises de Joyce, Cap. 16




miércoles, 23 de mayo de 2012

Traído por un azar llamado Aroa

Una amiga que va a Venecia recordó esta entrada de mi otro blog sobre esa ciudad. Encontré en ella algo que había olvidado y un poema de "un cierto amor" que me ha parecido bueno (quizá por su rareza, porque soy muy poco dado a la poesía amorosa). Además, incluso en Venecia mi Ardilla y yo nos separamos unas horas para que los pensamientos en silencio no dejen de fluir. Me pilló por sorpresa en el momento en que estaba escribiendo este poema y me hizo una foto, sin dar señal de su presencia . Le he contestado a mi amiga que no tengo copia en word del poema, que si un día me cierran el blog desaparecería para siempre. Y luego he pensado que no estaría mal copiarme a mí mismo, y poner la foto y el poema aquí. Lo precedía un texto largo que ni siquiera he releído y, por supuesto, no copio.

¡Gracias, Aroa!



[pillado a traición por donde le gustaba pasear a Ezra Pound, cuando creía estar solo]

Los Zattere, 8 del 3 de 2008


Todo es literatura

¿no es cierto amor mío?

nosotros no tenemos esas sensaciones.

Quizá despertemos confusos de siestas diminutas

creyendo que Pound nos acompaña

que existió Eliot

que tú estabas.




Japoneses perdidos.

Nos miramos
enamorados de los fantasmas

y sonreímos porque estamos hambrientos.

Esa señal que te diferencia como criatura literaria.

Porque nosotros, mi amor,

no necesitamos ya de las sensaciones.



viernes, 18 de mayo de 2012

Ejericicio de Taller: tema, Gastronomía


Nos comíamos unos a otros las palabras

Mi madre vivía en una casa con pista de tenis y un  pequeño soto. De no haber sido por su pasión por el té, que la obligaba a bajar a la cocina para que le llenaran la tetera de agua caliente, estoy convencido de que habría abandonado la casa paterna sin saber siquiera en qué parte del semisótano se encontraba la cocina. Y mi padre era un tipo alto y fuerte, pero de clase media tirando a baja. Como se murió siendo yo pequeño, lo recuerdo muy alto, aunque algunas fotografías me confirman que era más alto que la mayoría.

Mi madre se va a vivir con él y tiene que limpiar la casa, hacer la compra con pocos recursos y cocinar. Y tiene hijos, que es un  proceso natural; pero la cocina no es un proceso natural: aprendes a cocinar o no; y ella nunca aprendió. Con los años, se va a vivir con ellos la hermana soltera de mi padre, que algo sabe del asunto; con más años, aparece una criada que sabe cocinar, tiene unas manos enormes, me lleva al cine (porque han pasado ya tanto años que he nacido) y me tapa los ojos cuando la guillotina va a cortar una cabeza o hay una escena de violencia que es, precisamente, la que yo quiero ver.

Pero ya es demasiado tarde para ver con emoción esas escenas que quise ver cuando me lo impidieron; igual que vino tarde la cocina apetitosa como para que se recuperara el aprecio por la comida. Por lo que sé de comer en familia, solo en festivos y vacaciones, como nací tan tarde el ambiente y los protocolos estaban creados y sellados. Para no extenderme, citaré el caso de Padre, que si le ponían un plato rebosante se le quitaba el apetito, normalmente grande, y el de Madre, que comía como un pajarito. A partir de ese modelo, se desarrolla la estrategia alimenticia como a cada miembro de la familia le da por ahí. Nacido de una madre ya enferma por comer tan poco, heredé los defectos paterno y materno, además de una serie de incapacidades del tipo “si como de esto me salen ronchones rojos; y si de aquello, manchas verdes”. Otros hermanos, adoptaron lo que les deparó las leyes de Mendel.

Mi casa, para otros temas tan ordenada y hasta rígida, se volvía liberal en la mesa: laissez faire, laissez passer.  ¿Podía una familia cristiana de puertas para fuera en la que todo se hacía como se hacían antes las cosas, compuesta por personas que se querían mucho y se respetaban, ser disfuncional en un aspecto importante de la vida? Por supuesto que sí. ¿Y buscó y encontró un modo de compensarlo? También que sí. El trasiego de platos vacíos, mediados o enteros —en estos últimos con los alimentos removidos en círculos tan perfectos que la alcachofa que ocupaba el noroeste a la llegada del plato retomaba su posición inicial en el momento de volver a la cocina—, encontró el modo de pasar inadvertido.

Solo una conversación trepidante, vigorosa y rica en experiencias podía ocultar la situación. Nos comíamos unos a otros las palabras: pocas veces me he divertido tanto como en esas charlas de mesa de comedor. Pero de todos, fui el más radical: comer delante de otros me produce vergüenza; y ver comer con ganas a los demás me da vergüenza ajena.

Pero eso no va a pasar contigo, cariño, no llores. Sé que todo esto te lo debería haber contado antes de que me invitaras a la primera cena en tu casa. Los platos deben ser deliciosos y te quiero ya tanto que me encanta verte comer, estás guapísima comiendo con voracidad, pero no me gusta que lo hagas llorando. Deja de llorar anda, que quiero que termines de comer para empezar a besarte.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Tengo cara de hijoputa

Ardilla lo niega, porque me mira con buenos ojos. Reconoce que me gusta discutir más que a un tonto una tiza. Y si es a cara de perro, mejor. Pero tras ver algunas de esas discusiones, de horas, con su hermano; y darse cuenta de que una hora después cada uno defendía lo contrario a su posición inicial, comprendió que se trataba de una divertida actividad deportiva. Como niños que empiezan una guerra de bolas de arena húmeda. Es cierto que alguna vez la discusión no ha sido “deportiva”, sino sentida (sobre todo dentro de una organización). En esos casos, al llegar a casa me ha dicho “todos te consideran una buena persona, pero eres un hijo de puta”. Sin embargo, eso habrá pasado tres veces en toda nuestra vida; como mucho, seis veces.

El Heredero sí que me pilló bien pillado. La gente que me conoce me suele querer y ve más la “mirada bondadosa”; pero él, que una noche nos encontrábamos en un bar y tomábamos cada uno 5 whiskis con cocacola y yo pagaba los diez (¿no soy un padre adorable?), pero tres días después me tocaba “hacer de padre”, sabía de lo que estamos hablando. Además, por su estilo de vida estaba acostumbrado a ver muchos más policías que toreros y futbolistas. Y me lo decía siempre: “tienes cara de madero”. Yo le respondía que con mi edad no “podía” ser madero; a lo que él añadía: “Es peor, tienes cara de jefe de la madera, tan metido  personalmente en el asunto que se introduce en las manis para recordar caras y luego saber a quién hostia. Y si vas conmigo peor, porque me haces parecer un joven infiltrado que te acompaña; por si pasa algo, “repartir”. La discusión no podía pasar de ese punto muerto, carentes de pruebas. Pero...

Un día que veníamos los dos de una exposición en la Biblioteca Nacional, subíamos por la calle Génova y pasamos por la acera de la Audiencia Nacional, se me cuadró el primer Guardia Civil y, lógicamente, lo hicieron todos los demás. Una vez pasada la Audiencia, se  echó cuan largo es en un banco y se retorció de la risa. La eterna discusión la había ganado él. Meses después, fui por la tarde al bar de copas del compañero de mi sobrina. No lo frecuentaba porque las más de las veces me invitaba, y eso cansa. Cuando entré, mi sobrino-político estaba en la cocina y había un camarero que no me conocía. Pedí un “sol y sombra”, me lo puso y entró en la cocina. Apareció la cara del dueño y se descojonó, diciéndole: “Qué va a ser un madero. Es mi tío”. Como lo contó a la familia, y llegó a conocimiento del Heredero, mi causa quedó definitivamente perdida.

Dado que me gusta ir solo a las manis (ya me encontraré con alguien, pienso), he pasado algunas situaciones incómodas, pero todo lo anterior es la introducción a la historia que quería contar.

El sábado 12 de mayo, la Columna Norte iba a pasar cerca de mi casa. Cuando oí el follón a lo lejos, bajé y me uní a ella. Antes de llegar al final de la calle San Bernardo, ya se había establecido un status quo. Todo el mundo iba más o menos apretadito menos yo, rodeado por un círculo vacío protector de tres o cuatro metros de radio. Pensaba que era casualidad y avanzaba unos pasos para meterme entre la gente. Al cabo de un minuto, ya me volvía a rodear el círculo de vacío. Pensé si me estaría echando horrorosos pedos silenciosos y presté atención: no era tal.

Ya en Sol, todos apretujados, el círculo se reducía a 20 cm, pero la gente seguía desconfiando de mí. Hasta que encontré a dos amigos y, ya con ellos, pude restregar mi sudor con el de los compañeros indignados.

Si es cierto que uno nace con la cara que dios le dio y muere con la que se merece, ¡mal vamos!

viernes, 11 de mayo de 2012

No he tenido más remedio

Hace siglos, abrí mi primer blog, Ángeles sobre Berlín, cuando solo tenía una cuenta de hotmail.

Eso me ha dado un poco la lata, porque cuando me pasé a gmail abandoné la otra hasta el punto de olvidar las credenciales. Por lo visto, me la han dado de baja (la de hotmail), los de blogger se habrán cansado de enviar allí mensajes y que les digan que ya no existe y me estaban dejando mensajes amenazadores de que podía perder el blog.


Así que he abierto este, con mi cuenta de gmail, y hasta podré marcar ¡Seguimiento! Si no os importa, a quien me tengáis en Favoritos, añadir este, será estupendo. Si sé hacerlo, importaré los datos de Ángeles sobre Berlín a este. Si no, espero que quede abierto no ya por mis entradas, sino por todos vuestros comentarios.

Y además, el título me parece más acorde con los tiempos.

Estuvo bien mientras duró. Un abrazo.